El solo sentir el coletazo del temblor que devastó una amplia zona del Ecuador, y que en Colombia, gracias a Dios, no tuvo mayores consecuencias, con seguridad que a muchos payaneses -como quien esta nota escribe- nos estremeció profundamente y, dada nuestra cercanía con el tema por haber vivido algo similar hace 33 años, nos pone a pensar en muchas situaciones relacionadas con la tragedia, en el presente y el futuro de los afectados. Es como devolver “la película” y volver a vivir esos momentos, puede ser que sin la misma angustia, pero sí recordando la que se vivió con tanta intensidad.
Las imágenes de este terremoto son, por supuesto, dolorosas y despiertan un enorme sentimiento de solidaridad. Soportar un terremoto de magnitud 7,8 grados en la escala de Richter y sus más de 240 réplicas, algunas de magnitud superior a 6 grados, es aterrador. Ahora llegan las ayudas internacionales (unas verdaderamente oportunas; otras –la mayoría- no tanto y el resto no pasarán de ser meros anuncios); las visitas de comisiones de expertos; las primeras damas de otros países a llenar páginas de los periódicos con sus fotos haciendo gala de una publicitada solidaridad y poco a poco va cayendo el globo hasta que por fin se logra quedar frente a la realidad. Guardadas proporciones, algo así como cuando se muere el señor de la casa y al regreso del entierro ya no hay más visitas; quedan solos los deudos y se puede plantear la pregunta: “Bueno… ¿y ahora que vamos a hacer?”. Es en ese momento cuando comienza a enfrentarse el proceso de recuperación, de asunción de responsabilidades y, como dice el lenguaje popular: “pa’ delante.”
Cada desastre, cada tragedia, cada dolor tiene su propia personalidad y solo pertenece al pueblo -o familia- que lo padece en su carne. No existe otra situación similar copiable. Por eso no se pueden “importar técnicos” que vengan a aplicar sus conocimientos. Quizás escuchar algunas experiencias parecidas, pero la recuperación integral, (que es diferente a la reconstrucción, pues esta es solo física) es decir la reparación del tejido social con sus complementos, suplementos, bienes y servicios, costumbres, anexidades, aciertos, errores etc. corresponde solamente a la comunidad protagonista, obviamente con las herramientas que debe aportar el estado. Y es a este punto donde quería llegar.
¿Estamos, aquí en Popayán y en el Cauca, realmente preparados para enfrentar una catástrofe, supongamos, siquiera similar al terremoto que tuvimos en 1983? Ojalá me equivoque pero, personalmente, no creo que nosotros, como comunidad, lo estemos. No hemos sido lo suficientemente previsivos, didácticos, insistentes, serios, planificadores frente a este riesgo inminente e ineludible. ¿Que nos va a volver a temblar? ¡Claro que nos va a volver a temblar! Lo que pasa es que como no sabemos cuándo, nos “folclorizamos” lo cual es gravísimo. Falta muchísima disciplina en el tema y muchísima preparación. No sirve de nada, o muy poquito, un simulacro de vez en cuando. Pero sin crear la verdadera conciencia del riesgo, no pasa de ser un ejercicio divertido. Ahora, para no ser tan dramático, digamos que es probable que las estructuras físicas que se han levantado, bien nuevas o reconstruidas, cumplan unas especificaciones técnicas que propenden por proteger la vida pero, sin duda, poco a poco, le hemos ido cogiendo confianza al asunto y nos estamos relajando sin sentirlo, tanto nosotros como ciudadanos, como las autoridades gubernamentales en su vigilancia y exigencia. Como sociedad, adolecemos de un grave defecto cultural frente al riesgo, igual al que individualmente padecemos frente a la muerte: a pesar de que sabemos que va a llegar, nos coge desprevenidos y sobre todo sin haber hecho una especie de enfoque didáctico real a un hecho inexorable. Si como seres humanos lo hiciéramos, quizás la muerte de los seres queridos nos dolería menos o manejaríamos el duelo mucho mejor. Si como sociedad, también lo hiciéramos, afrontaríamos las calamidades de mejor forma. Seguramente los organismos de socorro están hoy mejor dotados para enfrentar una emergencia, pero eso no quiere decir que la comunidad esté perfectamente concientizada de vivir en una de las zonas de mayor riesgo del país.
En consecuencia no podría terminar, entonces, este raciocinio o “recorderis”, sin invitar a nuestras autoridades, Alcalde y Gobernador, a revisar el asunto con la gran responsabilidad que esto representa dentro de las obligaciones propias de sus cargos.
Comentarios recientes