¡Estamos de luto!

GUILLERMO ALBERTO GONZÁLEZ MOSQUERA

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Quizá lo más doloroso que nos da el paso de los años es enterrar a los amigos. La visita a las salas de velación se hace más frecuente, lo mismo que las iglesias para las exequias y el recorrido al cementerio, en medio de palabras convencionales de pésame a los deudos, que replican con el manido “te quería mucho” que ya sabemos que no es verdad, pues el difunto de ser cierto lo anterior, tendría a sus pies a la mitad de la humanidad, lo cual no es posible ni física ni espiritualmente. Pero vamos a casos con nombres propios, basado en mis recientes experiencias.

Belisario Betancur. Era un patriota sincero y un amigo entrañable. Cada vez que por alguna razón debía ir a Bogotá, sacaba unos minutos para visitarlo, para escucharlo sobre Popayán al que había llegado presuroso y decidido a ayudar luego del terremoto de 1983. Fue un ciudadano cabal. Alejado de la pequeña cosa política, se dedicó a los menesteres de la cultura en la que tenía el liderazgo producto de su vasta ilustración. Siempre sentí que tenía su respaldo para cualquier tarea que debía emprender y por eso sus palabras resuenan cada vez con mayor fuerza en mis oídos de discípulo riguroso y fervoroso admirador.

Gloria Zea. Fue una institución de la cultura. Bella, simpática y decidida, busqué su apoyo para llevar al Brasil lo más representativo del arte colombiano. Y logré con creces. Allí estaba ella, personalmente, planeando y haciendo, dejando la huella de su amor por Colombia y por querer que la oportunidad cultural fuera para todos

Carlos Ossa Escobar. Sencillo, sin mayores pretensiones. Tenía un vasto conocimiento que le permitió desempeñar con éxito los más altos cargos del país: Contralor General de la República, viceministro de Agricultura, candidato a la Alcaldía de Bogotá, rector universitario. Presidió con sabiduría la presidencia de la Junta Directiva de la Caja Agraria. Liberal por convicción y por principios, tenía el talento para tomar decisiones equilibradas sin malograr sus ideas.

Ya en el plano local, los fallecimientos de Astrid Simmons y de María Eugenia Bravo dejan una honda pena en todos los círculos de esta ciudad. Se va con ellas la belleza, la donosura y la distinción que justamente ostentaban. Cada una en su estilo particular era el centro de familias luchadoras que hicieron de su vida el permanente homenaje al buen desempeño social y comunitario. Su recuerdo nos acompaña en estas horas tristes en las que extrañamos su presencia generosa y altiva que deja un profundo vacío en cada una de sus amistades.