ROBERTO RODRÍGUEZ FERNÁNDEZ
Uno de los personajes creados por Albert Camus en su obra de teatro “El estado de sitio” sostiene que “los buenos gobiernos son aquellos en los que no pasa nada”, nada que sea alarmante o que moleste, y “en los que aunque pase de todo nos hacen creer que no pasa nada”.
En esta obra, la infectante peste da un golpe de estado amenazando a todos con la muerte e implantado su estado de sitio. Por ejemplo, prohíbe la felicidad, enamorarse, ordena el encierro de todas las personas, los obliga a callarse, y –por supuesto- continúa con sus acostumbradas víctimas.
El nuevo régimen promete organizar mejor la vida social, empezando por separar a hombres y mujeres, obligando a morir en orden (siguiendo un listado), declarando que todos son sospechosos de cualquier cosa que se le ocurra a la peste-gobernante, estableciendo que toda conducta debe estar previamente autorizada por un certificado estatal, y ordenando que se respeten estrictamente las leyes y el orden por el solo hecho de que existen.
El lenguaje oficial no es comprensible porque el objetivo es que nadie lo entienda, y lograr que el crimen se convierta en ley para que deje de ser crimen.
Pero, el régimen tiene una falla: basta que alguien se sobreponga al miedo y se rebele (como la chispa que enciende la pradera), para que la máquina comience a rechinar y termine por atrancarse de a de veras. Es decir, la obra plantea que contra las muchedumbres que no tienen miedo, o no creen en mentiras o historietas reforzadas, el régimen muy poco puede hacer. Otra epidemia, pero esta vez de audacia y de valor, logra arrasar con el estado de sitio y con la peste misma.
El último acto de la obra es una alabanza a los que perdieron el miedo.
Ahora, a nuestro juicio, lo que el Nóbel de literatura del 57 no pudo prever fue la “ley de hierro de las revoluciones”: llegan al poder del estado, pero en poco tiempo se convierten en experiencias nefastas. Allí las contra-revoluciones hacen lo suyo.
En otras palabras, lo difícil no es llegar al poder del estado (electoralmente), sino construir sociedades locales y regionales mas justas e incluyentes, y que nada puedan los contras. El estado no sirve para transformar sociedades, pero en cambio la democracia real – directa necesariamente cambia a personas y comunidades. Claro, siempre y cuando se liberen de miedos y de enajenaciones.
Hoy, fácilmente se identifican rasgos del estado de sitio pestilente en países como Brasil, Centroamérica y Suramérica, algún régimen presidencial de Estados Unidos, gobiernos europeos como el húngaro, el turco, el polaco, y de alguna manera también en Venezuela, lugares en los que vivir se ha convertido en toda una odisea.
Pandemia, militarismos, ineficacias de estados y gobiernos, destrucción del clima y de la naturaleza, hambre, desempleo, violencias políticas, delitos contra la humanidad, combinaciones de lo legal con lo ilegal, genocidios, corrupciones, todos estos son males que concretan los rostros de la peste gobernante y de su régimen infeccioso.
En Colombia, el Tribunal Permanente de los Pueblos (marzo – 2021) plantea que existe un “genocidio permanente”, con un gobierno que no significa nada, un necro-estado que vive de las corrupciones y del temor de los habitantes, y personas y colectivos que no logran encender las praderas.