DIEGO FERNANDO SÁNCHEZ VIVAS
Hay una época del año que viene acompañada de una mágica nostalgia que ilumina los corazones, enaltece las conciencias y genera una indescriptible paz interior. Es diciembre.
Las calles de las ciudades, las edificaciones de los centros urbanos, los parques, los centros comerciales, las casas, se ven adornadas con una serie de motivos navideños, adornos y arreglos de las más variadas clases, estilos, formas, y están revestidos de un singular colorido. Viene entonces a nuestra memoria esos maravillosos años de la infancia, cuando reunidos alrededor del pesebre, la familia entera compartía atenta la lectura de los acontecimientos que antecedieron el nacimiento de Cristo en la novena de aguinaldos, luego se entonaban alegres canciones navideñas, villancicos, que colmaban el espacio familiar de una indescriptible sensación de unidad y estabilidad invulnerables.
Este año no será igual. Hemos visto partir prematuramente en todos los rincones del mundo, a muchos seres queridos, amigos, conocidos, compañeros de trabajo. Es que la muerte presentada esta vez como un virus implacable nos ha arrebatado millones de vidas, ha llenado hogares enteros de tristeza y pesadumbre y nos ha cortado de tajo esa forma tan especial de expresar nuestras más sentidas vivencias, ya que su nivel de contagio es tan alto que logró derrumbar en muy poco tiempo la costumbre inveterada de demostrar cálidamente los sentimientos a los seres que están más cerca de nuestro entorno afectivo.
Esa tradición de unión familiar para estas fechas se ha ido desdibujando por la excesiva comercialización, el afán consumista y el desbordado mercantilismo que acompaña estas épocas, donde se difunde el mensaje equivocado y materialista de tener y poseer bienes. Igualmente se presenta en la actualidad una preocupante desintegración familiar que ha hecho que se pierda en muchos aspectos el verdadero sentido y el significado de la Navidad.
Igualmente, ante la avalancha de mensajes publicitarios que nos abruman por estos días y que propician un desbordado afán consumista, esta situación nos impide mirar más allá de nuestro entorno y reflexionar sobre las condiciones difíciles de muchos semejantes cuya situación es ciertamente preocupante y triste. Quienes han perdido un ser querido en esta pandemia tan catastrófica, los desplazados por la violencia, los secuestrados, los niños de la calle que andan al vaivén del azar sin un mensaje de afecto y cariño. Para ellos estas fechas serán especialmente difíciles. Quiera la Divina Providencia que llegue el día en que todos los semejantes podamos reunirnos con nuestras familias en estas fechas tan especiales, y que podamos terminar pronto esta pesadilla tan terrible de la pandemia.