Hace algún tiempo partió hacia la eternidad uno de los mejores hijos de la ilustre Villa de la Asunción, sino el mejor, Jaime Vejarano Varona; durante muchos años, tal vez unos cuarenta, intercambiamos preocupaciones por el devenir de Popayán, especialmente después del terremoto que azoló la ciudad aquel Jueves Santo 31 de marzo de 1983; quien llevaba en su sangre la esencia del verdadero “patojo” no podía entender los atentados contra la colonial arquitectura de su amada urbe; fueron varias las veces, unas mediante las letras de molde, otras a través de las ondas hertzianas, en que él sacó a relucir su amor por el terruño que lo vio nacer; hizo las denuncias como historiador y periodista que fue en los momentos oportunos cuando se trataba de defender las costumbres ancestrales; al conocer la noticia de su muerte, un sentimiento de nostalgia se apoderó de quien compaginó con él en las lides cívicas encaminadas a valorar la importancia histórica de la capital caucana; su acento y firmeza para expresar su pensamiento fueron inconfundibles y serán inolvidables ahora y siempre; Jaime Vejarano Varona dentro de la lista de los fastos payaneses le deja a la hidalga ciudad su herencia de los libros que le dedicó a lo largo de su meritoria vida.
Como escritor su tema principal fue la ciudad donde nació, empezando por su primer libro “Popayán Relicario de Colombia”; sugestivo título que compara la ilustre Villa con un cofre donde se guardan los grandes aportes que hizo al desarrollo de aquellas épocas históricas de la colonia, la independencia y los albores de la República; otra de sus producciones fue “Popayán en su anécdota”; en este libro saca a relucir esa capacidad característica de los payaneses siempre dispuestos a defender esos decires propios de su región; por algo intervino en la fundación de la Tertulia Payanesa, grupo dedicado a mantener viva “la chispa” literaria de sus gentes; también escribió “Estampas de mi ciudad, Popayán”; aquí con su característico estilo describe ese agradable ambiente que hace de esta ciudad el mejor “vividero” del mundo; no ahorró letras para expresar la belleza del alba y de los atardeceres que enamoran a cualquier observador; qué decir de “Cátedra Payanesa”, verdadero texto para escuelas y colegios, por su contenido didáctico tan necesario para aprender a amar y respetar este lugar en que vivimos.
Como historiador escudriñó acontecimientos poco conocidos como el del globo aerostático que se fabricó en Popayán; relata él en uno de sus libros, basado en una narración del historiógrafo J.J. Medina, que “un ciudadano argentino de nombre José María Flórez, dedicado a estudios de aeronáutica que por entonces eran una novedad, quiso hacer el intento de aeronavegar sobre el suelo de su patria, La Argentina, no habiendo recibido para ello estímulo alguno. Establecido en Colombia y finalmente en Popayán, explicó sus planes al Rector del Seminario, quien lo alentó en su propósito. Así, el 12 de junio de 1843, un globo fabricado por él mismo, del que pendía una canastilla, fue ubicado en el patio del Real Colegio y Seminario. Se prendió una fogata para insuflarle aire caliente con el propósito de procurar su ascenso. Don José María, al subirse, recibió los Santos Sacramentos y ante la expectativa general se soltaron las amarras. Suave, lenta pero segura la aeronave fue ganando altura. Ante la angustia y sorpresa de los presentes, alcanzó a ascender 400 metros y luego se desplazó hacia el sur de la ciudad, yendo a descender indemne y levemente al sitio denominado el Ejido”. Seguramente hoy se encuentra escudriñando el más allá.
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