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ANA MARÍA RUIZ PEREA
@anaruizpe
El mejor oficio del mundo, decía García Márquez del periodismo a finales del siglo pasado, antes de que la retroexcavadora del internet 2.0 y etc, y las redes sociales, empezaran a convertir el mundo en ese lugar donde hoy vivimos, repleto de informaciones de procedencia incierta que saltan de la pantalla literalmente a la mano. El periodismo que olisquea y escarba la realidad, el que no está para enaltecer al poder sino para vigilarlo, es cada vez más escaso y está más cercado por los intereses políticos y financieros.
Los consejos de redacción como espacios de debate desaparecieron con el siglo, y dieron paso a la asignación de funciones mecánicas a los periodistas, poner el micrófono y transcribir. El mejor oficio del mundo se fue convirtiendo en una fábrica de productos informativos para consumo del mercado. Al periodista primíparo de hoy se le exige manejar códigos y técnicas que amplifican el alcance de su noticia, verdadera ciencia ficción pocos años atrás, pero los medios ya no evalúan su capacidad crítica ni mucho menos sus aptitudes para la observación, la deducción y según se ve, incluso ni las de redacción.
El periodista que se dedicaba a ejercer el mejor oficio del mundo es hoy un bicho en vías de extinción por cuenta de los intereses de los dueños de los medios, de los ministros de turno, de los accionistas del grupo, del anunciante emberracado o del ritmo vertiginoso de estos tiempos hiperconectados y superfluos en lo que vivimos.
Así como el médico trabaja en el hospital o el ingeniero en la obra, el periodista necesita trabajar para un medio para recibir su sustento, y los medios prefieren contratar periodistas que les puedan llenar de contenidos sus espacios reales y virtuales sin ocasionarles problemas; les pagan mal, los echan del trabajo sin previo aviso (al menos 500 periodistas se han quedado en la calle este año, solo en Bogotá), les engavetan las investigaciones, los vetan, los presionan. Watergate pasó hace mucho, de modo que son muy pocos los dinosaurios del oficio que siguen haciendo escuela de periodismo cuando encuentran un medio que les aguante sus verdades sin velo, un ambiente laboral verdaderamente escaso en estos tiempos.
Daniel Coronell es uno de esos dinosaurios. Los medios son como resortes que se estiran en tolerancia y aguante ante publicaciones “inconvenientes”, pero lo que definitivamente no soportan es la autocrítica. Semana, al sacar de sus páginas al columnista más leído del país, supongo que tenía previstas las consecuencias reputacionales y economicas que esta decisión traería. Recuerdo que cuando El Tiempo cerró la revista Cambio justo después de haber publicado la investigación de Agro Ingreso Seguro, miles cancelamos la suscripción al periódico en señal de protesta. Cancelar la suscripción es la manera legítima de protestar que tenemos los espectadores cuando estamos en desacuerdo con las decisiones editoriales de un medio; eso, y hoy en día, los reclamos desde las trincheras digitales, que ocasionan desplome en el número de seguidores y alebrestan a las hordas de indignados.
Al final, ninguna gran empresa informativa ha quebrado por que salga un columnista de sus páginas, saben cómo amoldarse al mercado y seguir adelante aunque miles expresemos nuestra rabia cancelándoles los servicios. El golpe más duro en las circunstancias de Semana no es para la empresa, sino para los periodistas que desde la redacción deben estar debatiéndose en el dilema ético de conocer de primera mano lo ocurrido con la investigación de los nuevos falsos positivos en el ejército y no saber si continuar o no en la revista, corriendo el riesgo de perder la credibilidad o el trabajo, o ambas.
En el tsunami por la salida de Coronell y las acusaciones a la revista, me solidarizo con los periodistas que, en una revista como Semana, conocen la pulsión por investigar, por asomarse detrás del escenario para descubrir al titiritero, saben del valor de una pregunta bien hecha en el momento indicado a la persona que toca. Yo soy del siglo pasado, creo en los principios del buen periodismo y estoy segura que, si es tan escaso hoy, no es por falta de gente que quiera dedicar su vida al mejor oficio del mundo, sino por que sobre la libertad de prensa hoy prima la libertad de empresa.
PS/ Aunque aun no hay fallo judicial, el bachiller Macías violó la presunción de inocencia que ampara aun a la senadora Aida Merlano (encontrada en flagrante y peligrosa operación para compra de votos), y posesionó en su curul a la siguiente en la lista del partido conservador, Soledad Tamayo. La ley es muy clara, esa curul queda congelada mientras no haya sentencia, y si hay condena se pierde. Silla vacía. ¿Que cómo vamos en cumplimiento de las reglas democráticas? ¡Rajados!
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