Epílogos

ELKIN QUINTERO

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“La ilusión engendra y sostiene el mundo: no se la destruye sin destruirlo. Eso es lo que yo hago cada día. Ejercicio aparentemente inútil, puesto que debo volver a empezar al día siguiente”.

Cioran

A través del tiempo y del espacio todo se ha probado y se han consumado todos los experimentos y al final hemos quedado más ávidos de respuestas e insatisfechos al punto de corromper la carne, el espíritu y el alma.

Algunos más escépticos dirán que nos ha faltado tiempo para todas las pruebas que hemos querido intentar realizar en función de las preguntas. Quizás para algunos sea tarde ya, pues son semanas de miles de años que estamos en la tierra ensayando y volviendo a ensayar. Sin temor a lo desconocido hemos experimentado la ferocidad, y la sangre ha llamado a la sangre. Hemos experimentado la guerra, y la guerra nos ha dejado en la boca una terrible hediondez y una ira más grande. Hemos violentado al cuerpo con los más refinados y perversos placeres hasta encontramos, extenuados y tristes al punto de recurrir al suicidio. Hemos experimentado la ley y no hemos obedecido las leyes, sino que las hemos acomodado a nuestro amaño para parecer puros y castos y por eso, la hemos cambiado y sin desearlo la hemos vuelto a desobedecer. Alguno ahora se preguntará por la Justicia, pero en nuestro país, la Justicia no ha saciado aún los corazones avaros y mezquinos.

Asimismo, hemos experimentado la Razón y ella nos dejó más irracionales y confundidos; hemos sacado las cuentas de la creación y por eso hemos dejado de creer; hemos contado las estrellas para justificar nuestro errores y esperar un cambio; hemos descrito las plantas, las cosas muertas y las cosas vivas para ignorar el poder que subyace tras los elementos y luego, llevados por la inercia de las pasiones y los fanatismos las hemos atacado con los hilos más sutiles de los conceptos y sin desearlo las hemos transfigurado en los mágicos vapores de las metafísicas, las alquimias y las cocinas y, al fin de cuentas, las cosas son siempre las mismas, eternamente las mismas y por eso, no nos bastaban.  Desde esta perspectiva petulante; la naturaleza no se ha podido renovar, y los nombres y los números hoy no sirven para calmar nuestra hambre y sed; hemos llegado a un punto en el cual los más sabios han terminado con aburridoras confesiones de ignorancia. Hemos experimentado el Arte en sus múltiples manifestaciones, y en nuestra impotencia o incapacidad hemos desesperado, porque lo absoluto no está en las formas.

En este siglo de la inmediatez lo diverso rebasa lo único; la materia al transformarse nos ha demostrado que ya no encierra lo efímero, y en este orden de ideas hemos experimentado la riqueza; y nos hemos encontrado más pobres cuando hemos despertado envueltos en la corrupción, en el mundo de las economías paralelas y la narcopolítica; hemos hecho gala de la Fuerza, y nos hemos caído del alto pedestal cuando se nos ha demostrado que somos más débiles que hace 200 años. En ningún objeto o sujeto nuestra alma se ha aquietado; bajo ninguna sombra nuestro cuerpo tendido ha gustado su reposo, y el corazón, siempre en busca y siempre desilusionado, está más viejo, más cansado, más vacío, porque en ningún bien ha hallado su paz, en ningún placer su alegría, en ninguna conquista su felicidad.

El hombre tal cual sale de la naturaleza no piensa y no ama como en épocas de la independencia. Logra, poco a poco, con indecibles pero lentos esfuerzos una oportunidad para tratar de olvidar el horror de la guerra. Con grandes sacrificios logra amar por algún tiempo a su mujer, amar a sus hijos, soportar a sus cómplices de juegos y travesuras, de asesinatos, de guerra y de corrupción. Hoy, a pesar de lo difícil de estos 200 años aún se intenta ser feliz.