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MARITZA ZABALA RODRÍGUEZ
Marshall McLuhan acuñó el término de “Aldea Global” sin imaginar tal vez, que en esta aldea digital, la reflexión, el respeto y la prudencia escasean. Si bien la tecnología, los nuevos medios y las redes sociales juegan hoy un papel muy relevante en nuestras vidas y nos dan acceso a información, también lo es que la virtualidad patrocina la desconexión del ser humano que, en una mezcla de instintos y razón, usa las redes como canal de denuncia, rechazo y como herramienta para resolver situaciones públicas o privadas.
La transformación social que conlleva la proliferación de redes, la baja empatía o capacidad de ponerse en los zapatos del otro que es cuestionado, señalado sin fundamento, o por el goce que sienten algunos de ventilar y señalar lo que, a su juicio, no está bien, nos obliga a cuestionarnos sobre ¿cuáles son los límites de la libertad de expresión, como derecho fundamental? ¿Dónde quedó la tolerancia y el respeto hacia el otro? ¿hasta dónde podemos expresar lo que pensamos?
Claro que podemos manifestar nuestras ideas, pensamientos y opiniones, eso sí, sin insultos, faltas de respeto e intolerancia. No hay que transgredir, irrespetar o vulnerar los derechos ajenos; enaltecer conductas negativas o dañar el buen nombre y la reputación de otros. No es lo mismo hacer comentarios entre amigos, que subirlos a redes, en donde se convierten en comunicación pública y generan muchas veces, tensiones y contrapesos.
Vivir en un mundo tan conectado es de un lado bueno, pues lo digital borró fronteras y permitió que muchas más personas tengan hoy voz y de otro lado, es negativo por la actitud irresponsable y no empática, de muchos de sus usuarios, que no miden las repercusiones mediáticas e inmediatas de su uso.
Los ejemplos sobran: el caso de renuncia de un gerente de medios públicos, tras las críticas recibida en redes sociales, ampliadas por la comunidad en la nube. Las críticas al vestuario de la primera dama, María Juliana Ruiz, que fue tendencia en redes, los comentarios desatinados hacia diferentes grupos, la cantidad de noticias falsas y el uso que cada uno hace de ellas, reflejan por una parte, que cualquier persona es capaz de agredir, ser cruel y violenta y de otra, que la desinhibición en línea es real. La falta de control al comunicarse por redes sociales contrasta con la comunicación cara a cara. La desinhibición on line, nos permite entender, ser sensatos y hallar nuevas formas de afrontar problemas y vicisitudes de la vida, a la par de servir como un desahogo insensato que aflora sentimientos y pensamientos, no siempre afortunados.
Y a esto se suma que la pandemia de la polarización de la sociedad es global.
Hoy por hoy nadie confía ni cree en muchas personas o instituciones, gobiernos, medios de comunicación o iglesias. Lo que es utópico, porque mientras esto sucede, hay muchos que creen con una fe ciega, lo que las redes sociales muestran vía WhatsApp, twitter o facebook.
Mientras no actuemos como ciudadanos conscientes, bien informados y con capacidad de decidir, será imposible pensar en acabar con en el repudio que muchos sienten hacia todo y con redes sociales que, gracias a su inmediatez y mínimos espacios, favorecen a radicales, sectarios o extremistas, y dejan que hagan de las suyas.
Las redes sociales bien podrían ser útiles a procesos auténticos de transformación, con contenidos lógicos, tolerantes, propositivos y respetuosos. Parece ser que se nos olvidó que el ser asertivo, educado y afable, favorece siempre la interacción entre humanos.
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