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Por: Gabriela Guerrero
Hábitat natural de la más variada y exquisita riqueza étnica, el suelo caucano alberga a las comunidades negras descendientes de los esclavos africanos, a los pueblos aborígenes Nasa (Paeces) y Misak (Guambianos), pobladores ancestrales de esos territorios, a campesinos laboriosos y a una casta aristocrática cuyas raíces se remontan a la época de la colonia, herederos de ese cruce de razas que se diera entre conquistadores, aborígenes y negros.
Grandes guerreros, destacados hombres de la política y de las letras, el Cauca ha parido presidentes y grandes hombres de la poesía y de la literatura. Su riqueza cultural sin par ha acompañado contradictorias gestas emancipadoras y por la defensa del statu quo.
Desde hace más de cincuenta años, el Cauca también ha sido escenario de una confrontación armada entre la insurgencia y el Estado Colombiano. Las Farc, El Eln, y en su momento El EPL, el M 19, el frente guerrillero Ricardo Franco- disidente de las Farc y la organización guerrillera indigenista del Quintín Lame, hicieron presencia en su territorio, con sus acciones azotaron pueblos y campos sometidos a la lógica de las armas, en un verdadero concierto de miedo y muerte que luego se incrementaría con la llegada del paramilitarismo.
Miles de pobladores civiles desplazados, cientos de asesinados, secuestrados, y desaparecidos, un número indeterminado de combatientes de todos los bandos muertos en combate y fuera de combate, en un contexto de violencia y degradación del conflicto armado que tiene su punto culminante de ignominia en: la masacre de Tacueyó perpetrada en noviembre de 1985 y en la cual 164 guerrilleros del frente Ricardo Franco fueron brutalmente asesinados por orden de sus jefes Fedor Rey y Hernando Pizarro León Gómez, para contrarrestar supuestas infiltraciones en sus filas por miembros del ejército; y en la masacre del alto Naya, perpetrada por el frente calima de las autodefensas unidas de Colombia AUC en abril de 2001 que en su recorrido de muerte por las veredas de Patio Bonito, El Ceral, La Silvia, La Mina, El Playón, Alto Seco, Palo Grande y Río Mina, violentaron y aniquilaron innumerables habitantes de la región argumentando nexos de la población campesina con grupos guerrilleros. Se calcula que más de 200 pobladores civiles indefensos fueron asesinados.
Paradigmáticamente el Cauca también ha sido territorio de paz, en el municipio de Corinto, por ejemplo, se tejieron las condiciones necesarias para que el M19 abandonara la guerra e iniciara su desmovilización hacia la paz. En su territorio también se gestó y concretó el proceso de paz y la desmovilización del Quintín Lame.
Recordar la historia del pueblo caucano martirizado por los horrores de la guerra, sirve para fortalecer la credibilidad y la esperanza de que la paz es posible y que todas las víctimas deben ser resarcidas integralmente en sus derechos a la verdad, la justicia, la reparación y las garantías de no repetición. Que mejor oportunidad para hacer memoria de esta historia, que la conmemoración del día nacional de las víctimas, consagrado en la Ley 1448 de 2011 para el 9 de abril de cada año.
Casi todos los actores de la insurgencia que hicieron del territorio caucano su campo de batalla, hoy, gracias a los acuerdos de paz de los años 90 y al reciente acuerdo suscrito en la habana entre el gobierno y las Farc, prácticamente han desaparecido. El Eln avanza lentamente en sus diálogos de paz con el gobierno en la ciudad de quito, y lamentablemente los grupos paramilitares han mutado en nuevas grupos armados ilegales que aún persisten en sus actividades criminales asociados a lógicas y dinámicas de economías ilegales.
Pero no hay duda que el escenario nos permite ser relativamente optimistas frente a la posibilidad de construir una paz estable y duradera. Por ello la violencia tendrá que quedarse en las páginas de una historia superada y todos como un solo hombre debemos asumir los retos que nos impone el post conflicto: construir el Estado social de derecho que nos legó la constitución de 1991, erradicar las causas socio económicas estructurales que dieron origen y alimentaron la violencia durante tantas décadas de conflicto armado, superar el odio y los deseos de venganza para darle paso a la reconciliación que nos permita vivir y reconocernos en la diferencia, amplificar la democracia y hacer realidad de que el Estado somos todos.
La historia de violencia debe ser pasado, el futuro será una construcción colectiva de paz armonía, desarrollo, justicia y equidad social para todos, ese debe ser el compromiso que nos convoque a todos.
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