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Homenaje a las palabras y las canciones que dejó Adiel Ledesma Tálaga, compositor del Himno al Macizo Colombiano, y quien falleció este mes. Cantor de los hombres lluvia, de los hombres tiempo, de los pueblos semilla. Su regreso a la tierra es también un canto a la dignidad de todo el Sur del Cauca.
Por: Fernando Cortez
www.comarcadigital.com / Universidad del Cauca
Al menos él no murió como los otros. Don Adiel no aparecerá en los periódicos nacionales ni su nombre será mencionado en ninguna emisora, salvo en las pocas que trepan las montañas por donde él anduvo. No lo mataron. Aunque haya dicho todas esas cosas por las que hermanos entrañables y valerosos tuvieron que ofrendar su vida.
Nadie en estas lomas sabe cuántas veces se ha escuchado el “oye, mi querida Carmen / mi pueblo sí que anda mal”. Ninguno ha de saber tampoco cuándo fue la primera vez que escuchó tal cosa, ni en qué ocasión se entonó con más fuerza. Sin embargo, todos coincidimos en que en esas líneas encontramos asidero a nuestros reclamos y a nuestra querencia.
Y pensar que la muerte siempre ha de ser un proyecto cercano para todas esas personas que luchan por la vida. Porque, eso sí, si algo hemos aprendido en el peregrinaje incansable por veredas, ríos y cerros, y que tan bien menciona Eduardo Galeano, es que “en la historia de los hombres cada acto de destrucción encuentra su respuesta, tarde o temprano, en un acto de creación”. Y aquí estamos: aferrados todos los días a este pedazo de tierra maciza que transita nuestras venas, atentos a ese tarde o temprano, parando sin pausa, con la convicción de que el peso de la razón está de nuestro lado… y que no hay de otra. Sabemos también que la muerte nunca nos ha vencido, aunque reposen en fosas y en ríos los cuerpos fríos de aquellos quienes partieron antes de tener entre sus dientes el pedazo de victoria que les corresponde. Pero siempre será nuestra su sonrisa hecha agua, hecha canción. Como siempre estará vivo, apretado en nuestros puños, el fuego tierno y bravío de sus luchas.
Sonó la flauta de carrizo, el tambor, y la guitarra:
Pasan, pasan, pasan.
Indios ruanudos y campesinos,
bajan el nudo por el camino.
Pasa La Vega, pasa Almaguer,
pasa La Sierra y San Miguel.
Pasa El Rosal, San Sebastián,
Sucre, Bolivar y Santa Rosa.
Pasa el Patía y allá en la vía
lo está esperando el pueblo’e Rosas.
Grita el Bellones, sopla el Barbillas,
el cerro’e Lerma con El Chorrillo.
Grita el San Pedro y el Guachicono
por la injusticia y el abandono (…)
Pasa mi gente, pasan toditos,
pasan cantando los pajaritos.
Pasa el ayer, pasa el hoy,
si allá no estoy
no se preocupen que yo ya me voy.
Ningún homenaje basta. ¿Acaso no hay nadie capaz de entonar (son condiciones divinas que el amor desborda), siquiera a voz pelada, la carta de don Adiel a su querida Carmen? Será una deuda que como maciceños tendremos, y que solo el sudor, las sonrisas y el corazón caliente en su nombre convertidos en victoria podrán saldar.
Yo hubiese querido conocer a don Adiel, escribirle algo y leérselo cara a cara, darle un abrazo y darle las gracias, sentir sus manos ásperas juntarse con las mías, atreverme a echarle un par de chistes y contarle todo lo que he escuchado decir a otras gentes sobre este Macizo enjundioso, altivo y digno que él con sus cantos y sus manos ayudó a erigir. Cosas que seguramente él ya sabe. Pero murió el domingo 11 de noviembre del 2018.
A él, a quien el camino hizo hombre. A todos ellos, vivos o no, hombres y mujeres, faltos de homenajes, quienes hacen de sus pausas otras formas de avanzar. Todos hermanos, hijos del Phemyx, venidos de lo más profundo del Macizo Colombiano, seres de las altas cumbres. Hombres lluvia. Hombres tiempo. Campesinos, negros e indígenas. Seres que, como dijo alguna vez en Mercaderes el grupo de música andina Ay – Puh, “existimos a través de los sueños de los pueblos que viven y luchan para dejar una huella en este camino de la construcción de ser nosotros mismos”.
A todos.
Pueblos semilla, como don Adiel, que hacen de su regreso a la tierra un canto de dignidad. Un abrazo, hermanos, y que los pasos no cesen, y que el canto no se calle.
¡Viva don Adiel Ledesma Tálaga! ¡Viva el Macizo Colombiano!
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