Desde el plebiscito de octubre de 2016 se dio la partida para las elecciones a la presidencia de la República del 2018, y según indican movimientos previos y declaraciones de algunos precandidatos, estas serán tan reñidas como las que dieron ganadores a los partidarios del No por cerca de 50.000 votos.
En un momento histórico y como refrendación a la vía pacífica y democrática como único camino aceptado para acceder al poder, después de los acuerdos que para lograr desmovilizar a las Farc, las próximas elecciones dirimirán el futuro del país entre las fuerzas conservadoras predominantes desde el gobierno de Rafael Núñez a finales del siglo XIX, y aquellas que proponen cambios democráticos en beneficio de las mayorías marginadas del campo y la ciudad.
Las circunstancias y acuerdos previos entre precandidatos y grupos políticos indican, que no es el momento de personalismos ni egos inflados, pues los que no vayan unidos serán testigos mudos del ascenso al poder de sus rivales.
Los partidarios de los cambios propuestos por el liberalismo y movimientos socialistas desde los tiempos del asesinado Rafael Uribe Uribe, el presidente Alfonso López Pumarejo, el candidato también asesinado Jorge Eliecer Gaitán, el presidente Carlos Lleras Restrepo y sus intentos de revivir la Reforma Agraria que le boicotearon los laureanistas de la ‘acción intrépida’ a López Pumarejo y de los puntos al respecto acordados con las Farc, ya han dado los primeros pasos para unirse como lo han manifestado los senadores Jorge Robledo del Polo Democrático, Claudia López y Antonio Navarro de la Alianza verde, Sergio Fajardo, entre otros.
Desde la otra orilla, el precandidato más beneficiado por el gobierno de Santos, Germán Vargas Lleras y su descarada campaña de las ‘casas gratis’ y las chanchulleras autopistas de cuarta generación, ya desnudó su talante conservador al afirmar que no vacilará en unirse con el uribismo y otros sectores ultragodos para atajar a lo que llama la izquierda, mientras al buen estilo de ‘Cambio Radical’, se une con toda clase de políticos sin verificar sus antecedentes, con tal de asegurar votos.
Colombia es el país suramericano más conservador y desigual gracias a las elites hereditarias que han gobernado para multiplicar sus intereses a nombre de los partidos liberal, conservador y de los hijos nacidos de su desvertebración (de la “U”, Cambio Radical, Centro Democrático, Opción Ciudadana, etc).
La carencia de partidos políticos fuertes y modernos, la violencia, elecciones amañadas, la compra de votos, el clientelismo, la permanencia de instituciones obsoletas y de un sistema electoral corrupto, han sido los sostenes de una clase dirigente más interesada en mantener y aumentar su poder y riqueza que en servir a la población que los elige.
Antecedentes como los del proceso 8000, en el gobierno de Samper ,con la influencia de dineros del cártel de Cali en la campaña electoral, y el escándalo de la Parapolítica donde se evidenció la influencia directa del paramilitarismo y los narco-hacendados en el ascenso de Álvaro Uribe Vélez a la presidencia, nos evidencia que vivimos en un estado mafioso en el que también se corrompió el poder judicial desde las altas cortes y sus magistrados, pasando por la fiscalía y los juzgados sin olvidar a las fuerzas armadas con algunos de sus mandos proclives a aliarse con delincuentes y paramilitares resucitados ‘combinando todas las formas de lucha’, mientras selectivamente siguen matando a líderes comunitarios en diferentes regiones del país buscando boicotear el proceso de paz.
Llegó a su máximo desgaste el modelo socioeconómico y político de la sociedad colombiana esclavizada a la ‘locomotora’ minero extractivista, con un sistema importador de productos agropecuarios e industriales, gracias a desiguales Tratados de Libre Comercio, la entrega al garoso capital financiero, las crisis de la Salud y las pensiones en manos de depredadores grupos económicos, las fallas en la educación, la crisis del sistema judicial, de los desacreditados partidos políticos, del Congreso y de la administración pública y de la concentración de la propiedad urbana y rural y de los ingresos en pocas manos.
Sin necesidad de cambios profundos que huelan a ‘socialismo o ‘comunismo’, Colombia necesita, por lo menos, impulsar reformas democráticas que hace tiempo hicieron en países como Chile, Uruguay, Argentina y Brasil. Somos de los países con unas estructuras administrativas más obsoletas de América latina y con la mayor inequidad en la región. Somos un ‘oasis’ de atraso y corrupción y en las próximas elecciones decidiremos si nos siguen gobernando los mismos ultragodos y religiosos fanáticos de la época de Rafael Núñez, o los espíritus revividos de Jorge Isaacs y Rafael Uribe, pasando por Gaitán, Pardo leal, José Antonio y Luis Carlos Galán, Jaramillo, Pizarro y tantos líderes asesinados por las famosas ‘fuerzas oscuras’ del atraso, que como en épocas de chulavitas y ‘pájaros’ continúan “combinando todas las formas de lucha”.
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