El triángulo de un secuestro

La historia de María Alejandra Cantoñí, secuestrada esta semana por personas desconocidas y dejada en libertad doce horas después, deja en evidencia que en municipios como Guachené, los niños siguen siendo fortín de una guerra de guerrillas y del narcotráfico.

Por: Edinson Arley Bolaños

Eabolanos89

De izquierda a derecha. Sandra Milena Cantoñí, (mamá de la menor), María Alejandra y su padre, sargento, Víctor Adolfo Cantoñí. Los tres se volvieron a reencontrar el jueves pasado después de que la niña de 10 años estuviera secuestrada durante 12 horas. Foto/Edinson Bolaños.

Desde que volvió a encontrarse con sus padres, la hija del comandante de la policía de Padilla no ha parado de llorar. María Alejandra no se desprende de los brazos de su madre y cada que se acercan sus amigas a abrazarla, primero mira a su mamá, y luego parpadea con los ojos aguados. Tal parece, que a pesar de estar en libertad, su corazón aún está prisionero en el dolor que sintieron el sargento Víctor Adolfo y Sandra Milena, cuando no la vieron más a su lado.

Hasta hoy nadie sabe por qué secuestraron a María Alejandra Cantoñi. La hija del comandante de la policía de Padilla, Cauca, solamente cargaba un bolso con cuadernos, cuando un hombre encapuchado se bajó de una carro negro y la subió a la fuerza para conducirla a un lugar hasta ahora desconocido, en el municipio de Corinto.

Lo único que sabe la niña de 10 años, es que mientras estaba con los ojos vendados, al lado suyo había tres hombres malos y una señora buena, por la que dice va a orar siempre. Quizá el pasado viernes, cuando la comunidad le organizó una misa en la capilla del pueblo, para agradecerle a Dios por su regreso, ella estaba pensando y orando por aquella mujer que también participó de su secuestro.

Se la llevaron montañas arriba, por una carretera destapada que conduce a Corinto y luego a Toribio. El jueves pasado, cuando la noche hacía perder la esperanza de su regreso, más de 200 guardias indígenas y varios afrodescendientes que subieron desde Guachené, cercaron los municipios de Toribio y Corinto para presionar la entrega de Alejandra sin ninguna condición. Justo en ese momento, mientras el secretario de Gobierno de Toribio, José Miller Correa, miraba en un restaurante del pueblo cómo todos los noticieros nacionales lamentaban la noticia, María Alejandra llegó gritando: “esa soy yo”, y se pegó con la mano duro en el pecho como queriendo decir que estaba viva.

El lado izquierdo de su pecho se apretaba, mientras Sandra Patricia Cantoñi, su madre, la recibía y la tocaba varias veces para saber que sí era ella. Ambas se abrazaron y luego se miraron, como recordando que la guerra no los ha dejado tranquilos. Como haciendo memoria de que a su padre, el comandante de la policía de Padilla, Cauca, que se ubica al lado de Guachené, el 3 de agosto de 2012, el sexto frente de las Farc casi lo mata en una emboscada.

Él quedó herido, pero tuvo que mirar morir a uno de sus hombres, el patrullero José Luis Cataño Ramírez. En el atentado también resultaron heridos los uniformados Fredy Mosquera y Ricardo Merly. Aun con la memoria fresca de aquella vez, el viernes mientras la comunidad de Guachené le ofrendaba una misa por el regreso de su hija, dijo que no se marchará de su pueblo, porque ahí nació y hasta que dios “nos lo permita vamos a seguir cumpliendo la labor constitucional”.

En la mitad de la eucaristía, ya estaba planeado que los tres caminarían desde la puerta hasta el altar de la iglesia, sosteniendo con sus manos, padre y madre y María Alejandra en medio, el vino y el cáliz. De pronto, la multitud de gente que había llenado la iglesia se paró de sus sillas y empezó a aplaudir, mientras Sandra Patricia mordía sus labios y escurría sus ojos en señal de que aún seguía vivo el motivo por el que vivirá el resto de sus días.

Guachené es un municipio, hasta el jueves, desconocido para el país. Cercado por varios municipios que tienen nombre de guerra: Toribio, Corinto, Caloto y Padilla. Hasta allí se llega después de pasar por dos retenes militares. El primero, está atrincherado en el municipio de Caloto, protegiendo a la población civil de los hostigamientos de las Farc que por estos días han cesado. Y el segundo, se ubica cien metros antes de empezar a ascender a la cordillera occidental. Cinco hombres atrincherados vigilaban la carretera, que también conduce a Toribio y Jambaló.

Esta población del norte del Cauca, también está cercada por el narcotráfico que no da tregua. Según las autoridades, es un corredor estratégico para la droga que baja de los municipios de Corinto y Toribio, para salir a la carretera panamericana. El comando de Policía Cauca, en lo que va corrido de este año, reporta que en esta zona se ha incautado 33.603 gramos de cocaína, 7090 de heroína y 4.810.924 gramos de marihuana. Además, las autoridades dicen que el mayor cartel de narcotráfico en el norte del Cauca, en este triángulo de municipios, lo maneja el sexto frente de las Farc, y que por eso la mayoría de operativos son contra esa estructura. Las estadísticas lo dicen: entre 2013 y 2014 han sido capturadas 976 personas por tráfico de estupefacientes.

En medio de esta zona, vive María Alejandra y trabaja su padre como comandante de policía de Padilla. Coherente siempre con el servicio que viene prestando desde 1994, la vida también le ha dado varias sorpresas. El 7 de noviembre de 2006, la policía ordenó su retiro del servicio por facultad discrecional, es decir sin justificar públicamente cuál era el motivo. Entonces, trabajaba en la Dirección Central de la Policía Judicial (DIJIN), Grupo Táctico (GRUTI) en Cundinarca.

Sin embargo, luego de que el Consejo de Estado le negara el reintegro a su cargo por declarar improcedente la acción de tutela, el sargento Cantoñi, posteriormente regresó a ejercer nuevamente como comandante de policía en Padilla, Cauca.

Hoy dice que eso fue un error que luego se corrigió y que a pesar de llevar 21 años prestando el servicio a la institución aún no se piensa retirar ni pedir traslado por lo sucedido con su hija. Lo que por ahora dicen, es que los tres nacieron en Guachené, la tierra de los mayores, de su raza afrodescendiente, y que allí se quedarán.

Al final de la eucaristía, Alejandra se llenó de valor y se dirigió a su gente. Con una lucidez como de una mujer adulta dijo: “Primero que todo quiero agradecer a Dios porque él hizo que toda esta comunidad que me quiere, se uniera. Después darle gracias al alcalde, a los medios de comunicación, a la estación policía, a la guardia indígena, quiero decirles que cuando haya estas situaciones, que ruego no vuelvan a pasar, estemos unidos como una familia que somos”, pronunció la niña, la afrodecendiente, de apenas 10 años.

Al caer la tarde, María Alejandra y sus padres regresaron a la estación de policía de Guachené, donde un cuerpo técnico de investigaciones la entrevistó en la búsqueda de establecer la identidad de sus captores. Al final, una niña libre, pero atrapada en el miedo de la guerra, y un pueblo olvidado en donde sus carreteras aún son pedazos de pavimento y pedazos de trocha.