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ELKIN QUINTERO
“Nuestra dificultad para encontrar las formas de lucha adecuadas, ¿no proviene de que ignoramos todavía en qué consiste el poder?”
Michel Foucault
Vivimos como en el pasado, como hace centurias; dominados por las pasiones, los egos y los impulsos. Difícilmente somos controlados por el comportamiento cognitivo, al contrario, somos absorbidos por el emotivo y el agresivo en particular.
Somos, aunque nos duela aceptarlo animales guiados por la región límbica palo cortical, sustancialmente igual en los seres humanos que en otros animales.
Sin embargo, aprendemos no porque se nos transmita la información, sino porque estamos obligados a construir una versión particular de esa información que nos interesa.
Hoy, todo parece no tener solución y escasean los caminos que nos llevan a la razón; por eso, debemos empezar por cambiar la forma de educar a los niños y preparar a los jóvenes para que enfrenten a la vida, quizás de esa manera, las pasiones, los egos y los impulsos menguarían y solo así, cambiaría el mundo y se mantendría el equilibrio.
No obstante, por estar inmersos en una sociedad consumista, hemos ignorado que el ser humano es conflictivo por naturaleza, pacífico y violento por cultura.
La violencia del ser humano no está en sus genes sino en su ambiente, de forma que la biología resulta insuficiente para explicar la violencia que lo abate. Nadie es pacífico por naturaleza. La agresión es inevitable, no así la violencia.
Ya algunos, deducen la importancia del momento socializante, educativo, formativo en la transformación o reproducción de las culturas, o como señala el propio Galtung (2003), “Un acto violento implica tanto al cuerpo (agresión) como a la mente (agresividad); un acto pacífico también a ambos: el cuerpo (amor) y la mente (compasión)”.
En este sentido, Arendt (2005), realizó un estudio sobre las bases teóricas de la violencia, concluyendo que ésta, es la expresión más contundente del poder y surge de la tradición judeocristiana y de su imperativo conceptual de ley.
No debemos olvidar que la violencia se enraíza en lo más profundo y original de nuestra sociedad occidental, esto es, en los principios más antiguos que fundaron nuestro pensamiento.
Sin duda, la violencia es uno de los aspectos de nuestra vida que más nos preocupa, si no existiera probablemente ni siquiera hablaríamos de paz.
Podríamos decir que la violencia es vivida como la ruptura de un “orden establecido”, de una armonía preexistente, de unas condiciones de vida en las que se realizan las expectativas de existencia de la especie humana. Desde esta perspectiva, la humanidad podría considerarse ante todo exitosa, por su capacidad de colaboración y cooperación para adaptarse y extenderse a los diversos ecosistemas del planeta, y, contrariamente, como fracaso, por someter a sus actuaciones, a su voluntad al resto de la naturaleza y las formas de vida.
Por ello, desde los diversos escenarios debe surgir una visión crítica que nos obligue a replantear que la cuestión fundamental de cualquier organización democrática está sujeta a la voluntad del pueblo. Y para ello, se debe empezar por organizar las instituciones políticas de forma que los malos y los incompetentes gobernantes no puedan provocar en todos los ciudadanos daños excesivos e irreparables, y que sus discursos o inciten a la violencia y a la discriminación. Sopena de ser altas dignidades, lo cual, ya es un mecanismo de discriminación.
En nuestros días, crece el miedo colectivo y particular y puede ser, porque la violencia generada por comportamientos y deseos desmesurados de unos pocos, ha calado tanto en nuestras vidas y ha desestabilizado el orden social que tememos que hasta un referendo en contra de la corrupción se pueda boicotear. Es decir, la violencia se ha vuelto tan cotidiana, que se debe hacer un gran esfuerzo para comprenderla en todas sus dimensiones.
Sin embargo, la violencia no es innata, sino que se aprende a lo largo de nuestra vida. Por consiguiente, evitable y debe ser combatida en sus causas sociales, económicas, políticas y culturales sin tregua.
Y no debe ser la consigna de uno, sino de todos, sin excepciones.
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