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EDUARDO NATES LÓPEZ
La inmensa preocupación y el gran dolor por el pueblo venezolano, que han producido en casi todo el mundo los sucesos del sábado 23 de este mes en la frontera colombiana con ese país, me llevaron a conversar con un profesional especializado en Salud Mental, tratando de precisar cuál es la enfermedad que padece Nicolás Maduro, para actuar en esa forma que causa horror. Por supuesto, me dijeron que no era tan fácil hacer un diagnóstico sin tratarlo personalmente, lo cual debe contar con su autorización, pero que, en principio, se trata de un “Trastorno Mental Grave, con síntomas que están en lo psicótico y rasgos paranoides.” Hay estudios científicos de estos casos.
La magia de la tecnología y las comunicaciones permitió ver, al mismo tiempo, en las pantallas de televisión de todo el orbe, cómo, mientras ardían los camiones con comida y medicamentos enviados como ayuda humanitaria por varios países circunvecinos, Maduro gritaba y bailaba alucinado, celebrando la excitación que le producían esas llamas, consumiendo los elementos que llegaban para salvar vidas del pueblo venezolano que el enfermo dice amar tanto. Y en medio de su delirio lanzaba insultos y “madrazos” al Presidente Duque y los demás mandatarios que estaban del lado de acá de la frontera… Francamente, si no se hubiese sabido con anticipación de qué se trataba, o esas imágenes me hubieran cogido distraído, le hubiera preguntado a mi esposa: “¿De dónde sacaste esa película sobre la época de Nerón?” Esa y las escenas concurrentes, parecían haber sido preparadas para el cine. Más aún, cuando al día siguiente se celebraba la entrega de los premios Oscar…
A la par de esta preocupación (que es grave, pues al fin y al cabo ese personaje tiene bajo sus órdenes, aún, buena parte de los altos mandos militares y el armamento de guerra oficial) hay una angustia paralela, que es saber que todavía tiene gente del pueblo hermano, a su alrededor, aplaudiendo con euforia esas imágenes surrealistas… Y peor aún es saber que en Colombia hay gente (que se dice pensante) explicando y justificando esos actos demenciales, calificándolos como la respuesta apropiada a lo que está denunciando la oposición. Es decir usando la mitad de la verdad, como sofisma de distracción. Por suerte los medios de comunicación, han transmitido la realidad, en vivo y en directo, para evitar anticipadamente la manida expresión de que: “se trata de un montaje”. Aunque no falta, (y ya sabemos quién…) el que diga que “se trata de un plan de la oligarquía para derrocar al mandatario legítimo, elegido por el pueblo…” y toda esa carreta sesentera (de los años sesenta, no de los de sesenta años) caduca, convocando a marchas de rechazo, con afiches del Che Guevara, frases de Fidel Castro y banderas del M19…
Aunque a veces, como en una especie de relámpagos, mucha gente piensa en la hora de la intervención militar en Venezuela, los arrestos democráticos pesan mucho en la conciencia y nos impiden aceptar que un tipo enfermo como el que actualmente ocupa el Palacio de Miraflores en calidad de usurpador, (no olvidar que se volvió a posesionar sin nuevas elecciones) sea llevado por la fuerza, aunque sea hasta un consultorio psicológico o psiquiátrico, pues esos síntomas, revueltos con poder, producen unas reacciones extremadamente peligrosas. Requiere, cuanto antes, recibir un tratamiento que lo ubique de nuevo en la realidad y permita que simultáneamente, la facción que lo acompaña vuelva a la normalidad y puedan acceder a una porción de comida y de medicinas, que desde hace años están necesitando. Las interminables filas de venezolanos en las carreteras y en los semáforos y plazas de todas las ciudades colombianas, son un triste pero indiscutible testimonio de la crisis de un país, hermano nuestro, que hace veinte años nos llevaba no poca ventaja, y del que hoy, en gesto humanitario, nos toca recibir, prácticamente, los jirones, a pesar de nuestra difícil encrucijada económica. ¡Estamos en manos de Dios!
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