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    ‘El Sotareño’, añoranza y bohemia

    Lugar de encuentros noctámbulos en la Popayán romántica y arrabalera, cuyo nombre rememora el bambuco ‘El Sotareño’ compuesto en 1928 por el médico payanés Francisco Eduardo Diago.

    ÁLVARO JESÚS URBANO ROJAS

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    En ‘El Sotareño’ la bohemia aflora entre conspiraciones, lisonjas y algunas que otras libaciones anónimas de parroquianos de toda ralea y alcurnia. / Foto http://davidbucheli.blogspot.com/

    ‘El Sotareño’, un bar donde el lujo es avaro y se enseñorea el encanto de la simpleza. En su hospitalaria calidez radica la lealtad de su clientela. Su inusitado encanto se sintetiza en un recodo discreto de techumbre añosa y paredes de barro, circundado por faroles coloniales que engalanar la acústica de tangos y bandoneones, entre reliquias de museo: gramófonos, vitrolas y menaje de cantina, en un contraste picaresco con la intimidad nocturnal de una ciudad histórica por antonomasia.

    En ‘El Sotareño’ la bohemia aflora entre conspiraciones, lisonjas y algunas que otras libaciones anónimas de parroquianos de toda ralea y alcurnia, en una sociedad rancia y timorata de singular mojigatería, con peripecias licenciosas y congojas que inspira la prosapia del bardo peregrino, chacotas insidiosas y reclamos airados por amores clandestinos. Lugar de encuentros noctámbulos en la Popayán romántica y arrabalera, cuyo nombre rememora el bambuco ‘El Sotareño’ compuesto en 1928 por el médico payanés Francisco Eduardo Diago.

    Agustín Sarria, abrió sus puertas en 1964; ‘Agucho’, como lo llaman sus amigos, en un ambiente de bohemia pura, compiló la colección musical más completa del occidente colombiano. / Foto suministrada por Agustín Sarria.

    En su interior doseles sepia y cortinas escarlata, con aroma a tabaco y licor, inmortalizan la esencia de un colectivo eufórico y poético. Ingresar a ‘El Sotareño’ es penetrar en un túnel del tiempo, entre retales de fique y banda sonora en disco de vinilo, acompañado de intelectuales, aventureros y políticos soñadores asediados por las utopías demagógicas de los opositores del sistema. Cada noche hay una cita sin convocatoria previa con escritores, artistas y célebres personajes públicos que entre el bullicio de la juerga beben de la fuente de la poesía y la elocuencia.

    Agustín Sarria, abrió sus puertas en 1964, inspirado en los bares del Barrio de Montmartre en París, frecuentados grandes artistas del mundo: Picasso, Degas, Matisse y Van Gogh. ‘Agucho’, como lo llaman sus amigos, en un ambiente de bohemia pura, compiló la colección musical más completa del occidente colombiano. Ni el frenesí de las llamas que un día asolaron sus espacios físicos, lograron calcinar su magnífica colección, ningunos de sus recuerdos se fue, ni los amores que allí se anidaron, ni sus fantasmas, todos se quedaron y el bar se levantó de sus cenizas, sustentado en adobes de calicanto revestido de esteras, cabezas de ganado disecado, guaduas y retablos apiñados entre el cálido candor de vates y talentosos juglares que le roban inspiración a sus tristezas.

    Alfonso Figueroa ‘Fígaro’, dejó allí una caricatura alusiva a la chirimía que data de 1961. A pesar de su fuerte tradición se han dado algunos cambios, entre ellos la «cuchotequita» espacio para bailar, hace veinte años dejó de ser un bar exclusivo para hombres, hoy lo frecuentan hermosas jovencitas que gustan de la música de antaño.

    El poeta Giovanni Quessep, Carlos Holmes Trujillo, ministros, exgobernadores, exalcaldes, empresarios del turismo y la hotelería como Mister Simmonds , firmaron el libro de visitantes, testimonio del influjo de una beodez mágica, escrita con jeroglíficos indescifrables, amenizadas en vivo y en directo por el trio Martino, Los Embajadores, Olimpo Cárdenas, Ricardo Fuentes y Armando Moreno.

    Un brindis por ‘El Sotareño’ en sus cincuenta y seis años de existencia interrumpidos sólo por el terremoto y la pandemia del coronavirus. Quien no haya departido en éste bar donde se conjuga la bohemia y la cultura, está en deuda con la vida.

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