JENIFER VANESSA SARRIA SIERRA
Los docentes son profesionales que la sociedad siempre va a necesitar. Independientemente de la rama de la enseñanza que se elija, ellos siempre van a ser un faro de ejemplo que integre el saber hacer, el saber conceptual y el saber ser en la formación de los estudiantes como ciudadanos.
Además de tener un manejo de alto nivel del segundo lenguaje a enseñar, el maestro también debe contar con otras competencias que le permitan ser íntegro en su quehacer bajo las exigencias sociales, escolares y culturales; es decir, debe responder con ciertos requisitos que le posibiliten ser cualificado en su práctica pedagógica.
Con relación al rol del profesor, Iguarán Olaya, Forero Rico y Velandia Cequera (2014) manifiestan lo siguiente: “El docente como actor fundamental en procesos de formación integral de los futuros profesionales, debe poseer, más allá de un conocimiento puramente académico, un conjunto de creencias, conocimientos, actitudes y habilidades necesarios para garantizar la participación, la convivencia pacífica y la valoración de las diferencias entre sus estudiantes, es así que como proceso pedagógico transversal, el docente debe enseñar las competencias necesarias para consolidar una comunidad democrática, y estructurar los procesos educativos con acciones que permitan la participación activa en la resolución de problemas cotidianos, la construcción de las normas y la resolución pacífica de los conflictos. El docente universitario, desde su espacio académico, está llamado a influir en sus estudiantes para que, desde su profesión, contribuya de alguna manera a superar problemáticas como la pobreza, la marginalidad y exclusión, la violencia e inseguridad, el analfabetismo, el desempleo y la inestabilidad política y económica” (p. 7).
Debe haber una legítima relación entre el saber conceptual, el saber hacer y el saber ser, además de existir también un nexo fuerte entre las ciencias sociales y la didáctica del lenguaje foráneo.
El docente de un idioma extranjero debe ser pedagogo, investigador, formador tanto en competencias como en currículo, además de saber manejar las tecnologías de información y comunicación (TIC).
Ahora bien, el rol del profesor bilingüe ha cambiado en torno a que él o ella ya no es quien entrega conceptos y saberes a los estudiantes, pues hoy en día es un acompañante en este proceso: es un facilitador. En este sentido, el estudiante se convierte no solo en el receptor de conocimientos, sino que también es un indagador e investigador, lo que le permite establecer un aprendizaje significativo con base a la construcción del mismo, además de fortalecer otras características cognitivas más allá de la memoria.
Efectivamente, tiene una situación privilegiada dentro del proceso pedagógico, pero también actúa como sujeto crítico que mediatiza y es mediatizado por la cultura escolar. Aquello hace que pueda convertirse en un potente catalizador respecto a la transformación de las prácticas docentes y la cultura escolar.
Según Murillo e Hidalgo (2016), “la práctica evaluativa ha de estar enmarcada en una reconsideración de la figura y el papel del docente que se libera de su armadura de poder para ser un mediador en el proceso de enseñanza y aprendizaje. Siguiendo a Freire (1971), hay que superar la idea de que el que ‘sabe’ deposita en el que ‘no sabe’ el conocimiento, ya que esto supone un mantenimiento de las estructuras de poder existentes tanto en la escuela como en la sociedad” (p. 2).
Realmente lo que se espera de los profesores de un idioma extranjero es que enseñen bien su área y que los alumnos tengan un aprendizaje significativo, pero que lo que aprendan también esté en las bases de procesos efectivos de comunicación, convivencia y, por supuesto, del manejo del segundo idioma. No obstante, se espera también que los estudiantes respondan a las necesidades del país desde su núcleo más pequeño hasta el más amplio, de acuerdo a las exigencias que actualmente el mundo obliga a superar.