Por: Olga Portilla Dorado
Desde las 11:30 de la mañana hasta las 2:30 de la tarde, llegan 135 niños al comedor de doña Libia, “la profe Libia” como la llaman varios de los pequeños que caminan hasta el barrio El Poblado (sector de los Sauces) en el oriente de Popayán, para recibir todos los días una porción de almuerzo.
Primero llegan los que estudian en la jornada de la tarde, y con el estómago satisfecho se van sonrientes para sus clases. Entre 1:00 y 2:30 de la tarde llegan los más pequeños, quienes a pesar del cansancio, la lluvia o algún dolor que los pueda aquejar, sagradamente van por su ración diaria de comida, después de una larga jornada de estudio.
Hay niños que llevan más de seis años almorzando en el ‘Rincón Mágico’ de doña Libia, quien le puso este nombre a su Fundación, porque desde que inició con esta labor social hace 16 años y cuando tan solo tenía 20 niños, éste estaba ubicado en uno de los ranchos de madera que hay en el barrio y en el que su entrada era en un “rinconcito”.
Solo hasta febrero de este año estrenaron sede, y lo hizo con la donación de un anónimo, quien le hizo llegar un dinero, con el cual doña Libia pudo edificar una casa, incluso sólo hasta hace algunos días le pudo poner el piso de cerámica. Ahí funciona su Fundación y aunque es un lugar más amplió que la sede en la que estuvo durante 15 años, hay escases de muebles, pues solo hay siete mesas y no más de 30 sillas. A un lado de la puerta está la cocina, ahí cuenta con lo básico: una estufa, la pipeta de gas, tres ollas grandes, un recipiente plástico para el jugo, los vasos y los platos en los que sirve el almuerzo.
“Si llegaran todos los 135 niños al tiempo no habría espacio donde acomodarlos” dice esta payanesa, quien se levanta desde las 6:00 de la mañana para empezar a revisar la lacena de su comedor y así ver con qué víveres cuenta para guardarles el almuerzo a los niños.
“El trabajo diario es tener los ingredientes para preparar los alimentos, que no falte nada para darles una buena nutrición a los niños. Me levanto a las 6:00 y si algo hace falta voy a conseguirlo mientras alguna mamita se queda ayudándome en el comedor. Cuando empezamos eran 20 niños, la semana siguiente fueron 70 y ahora son 135. A penas inicia la temporada escolar ya sabemos qué niños van a venir, por ejemplo los que han estado en años pasados siguen viniendo, llegan niños nuevos y pues si llegan más familias a este sector como la gente les comenta del comedor, acá vienen por su almuercito, porque es seguro todos los días, se lo servimos calientico y con amor”, señala doña Libia.
Cuando llegan los niños hacen la fila en orden para que doña Libia o alguna de las madres de familia les sirvan la ración de almuerzo; a veces los niños les piden que les echen una cucharada más de arroz, de ensalada o de lo que haya preparado de ‘principio’, casi todos repiten jugo, incluso hay algunos que al terminar su ración quieren más; y ella, que no sirve para negarle un plato de comida a nadie, les da “la ñapa”.
Verónica Narváez, va al comedor desde hace unos seis años, ella vive en la María Oriente, un barrio de esta misma comuna. Después de que sale del colegio no lo duda y caminando llega hasta el comedor de doña Libia. Verónica dice que le gusta ir a almorzar ahí porque ella los trata bien, y porque les da el almuerzo a los niños que más necesitan.
Al igual que ella, Jhon Sevilla, estudiante de la Institución Educativa Técnica Tomás Cipriano de Mosquera, llega al ‘Rincón Mágico’ en busca de su almuerzo. Ahí llegó hace cuatro meses y quiere seguir porque para él “todo este tiempo ha sido muy lindo, porque doña Libia es muy humilde, cariñosa y comprometida con lo que está haciendo”. Uno de sus compañeros le dijo que existía el comedor, y su madre no dudó en hablar con doña Libia y pagar semanalmente los $2.000 para costear los almuerzos.
¿Cómo sostener un comedor por más de 16 años?
El sueño de doña Libia es tener un Centro de desarrollo integral donde al ir creciendo los niños puedan apoyarlos para que puedan ir a la Universidad y que escojan una profesión, “también soñamos con poder tener una escuela en esta zona porque hay mucho niño y las instituciones están siempre retiradas de acá, y cuando llueve se les hace difícil ir porque las calles son en tierra y porque muchos van caminando o en bicicleta”.
A pesar que durante estos 16 años, es poca la ayuda que ha tenido la Fundación de doña Libia, ella cree y espera que con el premio que recibió el pasado miércoles, donde se la certifica como la Mujer Cafam Cauca 2016, las personas que conozcan y quieran apoyar su labor con estos 135 pequeños, no duden en hacerlo.
Y es que en todo este tiempo, según cuenta ella, no ha recibido ayuda de ninguna institución, solo de las “personas que realmente les gusta la labor social”, prueba de ello es que solo hasta febrero pudieron construir una sede más amplia.
“Lastimosamente son pocas las personas que le colaboran a uno, porque he tocado muchas puertas y así las personas tengan cómo ayudarnos no han querido. Imagínese desde el 2000 que empezamos solo este año -con la ayuda de Dios- pudimos construir una nueva sede, hace algunos años una señora de Bogotá, que no sabemos quién, nos dio un dinero y así logramos tener un lugar más amplio para atender a los niños como se merecen”, comenta Libia Daza Rodríguez.
Pese a estas carencias y a la principal dificultad que es conseguir los víveres a diario, y conseguir el dinero para comprar el gas que también se consume todos los días, doña Libia, la nueva Mujer Cafam del Cauca, siente que la gratificación más grande al hacer esta labor es ver a los niños felices y saliendo adelante, estudiando para que puedan ser profesionales, “que me traigan buenas notas, ese es el mayor pago que yo recibo”.
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