Por Catherin Barreneche y Mónica Hurtado
www.comarcadigital.com – Universidad del Cauca
De entre esas pequeñas montañas de elementos sin forma, emerge una figura de complexión delgada, mediana estatura, con rostro amable y apacible, rodeado de trapos sucios, plásticos, bolsas, costales y hierros. Ahí, en aquel viejo portón, este reciclador espera la oportunidad para encontrar su vida entre lo que otros han desechado y olvidado.
“Antes me tocaba caminar mucho para reciclar, ahora compro y vendo material reciclable. Tengo un negocio pequeño, y compro metales, pasta, papel blanco, aluminio, cobre, entre otros. Llevo como 12 años en este oficio, y me ha servido mucho”, dice Arnulfo Flórez.
Nacido en junio de 1956 en Algeciras, en el departamento del Huila, lleva veinte años viviendo en Popayán, ciudad a la que por azares del destino llegó para quedarse. Lo que era extraño para él, pues desde muy chiquito salió de su casa para recorrer ciudades como nómada, sin paradero fijo.
Antes de dedicarse al reciclaje, don Arnulfo logró trabajar en la construcción de obras en la Alcaldía de Popayán. Fue corto su trabajo allí ya que tuvo un accidente que le incapacitó de forma permanente.
“Lo que hizo la administración fue sacarme del trabajo y no tuve más remedio que ponerme a trabajar en esto porque ¿qué más hacía?, si yo iba a una parte a pedir trabajo no me lo daban porque en primera medida ya estoy viejo y en segunda estoy desbaratado. Así es peor”, agrega.
Su oficio, el de casi toda su vida, lo atormenta mucho en la actualidad, pues a diario debe levantarse muy temprano y acostarse muy tarde, en algunas ocasiones incluso pasar de largo con el fin de recoger la mayor cantidad de materiales. Inicialmente era una persona vigorosa y ágil, pero estas capacidades las ha ido perdiendo con el pasar del tiempo: ahora le resulta difícil agacharse o estar mucho tiempo en una sola posición y muchas veces debe recurrir a diferentes posiciones para mitigar un poco el dolor.
Su desgaste físico tiene que ver en especial con aquel accidente inicial, pero esto se agrava con un régimen de maltrato a su cuerpo: “yo casi no duermo, es tanto el cansancio a veces que ni siquiera sueño”, afirma. Don Arnulfo aún vive y convive con sus miedos y sus temores, y en el fondo de su mirada se ve un hombre cansado, resignado y con pocas ganas de seguir. Visita además con mucha frecuencia los centros de salud, sabe que ahí obtendrá una atención médica que mitigará en algo sus dolores. Al final, pase lo que pase, seguirá trabajando en esta labor hasta que le sea posible porque así sea difícil obtiene con ella el sustento diario. Piensa entonces que la situación podría ser peor.
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