VICTORIA PAZ ABLANQUE
“Erase una vez un pueblo muy chévere, los chinitos jugaban ponchado, los más grandes, un parche de chamos y chamas guapachosos se reunían para pachanga en el boliche, a bailar guaracha.
Las madres enchancletadas chineaban a sus chiquitos, ordenaban recoger los chécheres, dejar la locha e ir con una chuspa a comprar un cuchiflí o un chunche.
A las chicas se les advertía no subirse al cacharro de ningún chambón, conchudo y mamarracho, es mejor un cachaco cachetudo que un chorreado chiveado, y para evitar chicharrones, avisar antes de salir para no quedarse con los crespos hechos, viendo un chispero.
Los cuchos, ya chochos, entre el chance, el chisme y la charla sobre sus achaques, también vivían felices apapachados.
Charo y Chepe son dos noviecitos, se la pasan arrunchados; cuando salen comen choclo, chontaduro, chocolate, chancacas, aplanchaos, achiras, changua, sancocho y cholaos.
Un día Chepe quiso pedir la mano de Charo, estaba achantado, se quito la cachucha y el poncho, se puso de rodillas y empezó a hablar.
Ay chamaco, deja tanta cháchara, sácate las chacras y dime qué te pasa?. Chepe saco el anillo, Charo se puso a chillar, Pero aceptó a su cholo, quién ya tiene chamba para trabajar”.
La ortografía de la lengua española consideró a la CH como letra desde 1754. Sin embargo, en 1994 al igual que la “LL”, la CH se eliminó en el X Congreso de la Asociación de Academias de la Lengua Española, lo que significa que la CH ya no se cuenta como una letra del abecedario. Sin embargo, esta fusión vive imponente en nuestra escritura y sobretodo en nuestra oralidad.
La CH sin duda une al pueblo latinoamericano, pero cómo no, si es una de las letras más importantes del Quechua la lengua de los Andes, de los Incas y de varias otras tribus, que han nutrido nuestro idioma con palabras como cancha, poncho, morocho y chacra. También del Náhuatlla lengua de los aztecas, del que provienen chocolate, achinche, chicle y apapachar y claramente del Mapuche de nuestros hermanos sureños del que provienen chinche, pichi y chorro.
Pese a lo anterior, el “cachai” de los chilenos viene del inglés “To Catch” y en cuanto al “ché” de los Argentinos, la verdad es que los filólogos no se han puesto de acuerdo, para algunos proviene del guaraní, para otros del romanche y para otros de los árabes y judíos sefardíes que habitaron Valencia.
La CH también vino a América del viejo mundo, pues era un fonema usado en Latín, la madre del español, el portugués y el francés traído por los conquistadores. Así de castilla vinieron palabras como chabela, chacal, chaval y cháchara; borracho del catalán, abrochar del portugués y del elegante e intelectual francés chalet, chance, chic, cliché y coche. En fin la Ch es tan chula que hasta tiene un superhéroe, que con su chipote chillón, chicharra paralizadora, pastillas de chiquitolina pero sobre todo con su nobleza de lechuga y su gran corazón une a un gran pueblo, diverso, talentoso, creativo y lleno de amor, como el Latinoamericano, el pueblo de la CH.