VÍCTOR PAZ OTERO
Parece ser excluyente con el rol del profeta, lo que caracteriza las realidades sociales y mentales que prevalecen en la opulenta y tecnocrática sociedad norteamericana. Sin embargo en esa sociedad nació, vivió y “predicó” alguien a quien podríamos designar como una especie de profeta alucinado. Se trata de Timothy Leary, Un hombre que perteneció a los más altos y sofisticados centros académicos. Esos centros que por definición niegan y se oponen con virulencia a las prácticas no racionales en la búsqueda de la verdad y del conocimiento. Siendo profesor de la prestigiosa Universidad de Harvard, asumió desafiantemente el papel de visionario, de predicador y practicante de un nuevo camino alternativo para que el ser humano redefiniera su relación con la vida, con la naturaleza y consigo mismo: el camino de la droga y de los alucinógenos, que para él fueron caminos de exploración y búsqueda.
Escribió libros y ensayos diversos con tono y énfasis de iluminado, Citémoslo:
“no carece de sentido el hecho de que el descubrimiento del LSD haya tenido lugar casi al mismo tiempo que el nacimiento de la bomba atómica. El hombre está a punto de autodestruirse pero ha llegado el tiempo de transformar la naturaleza humana…Cuando miro a mi alrededor y veo el frio y odiado metal, la atmosfera contaminada, el verde ahogado por el cemento, los ríos envenenados por las escorias industriales, grito “hijos míos es tiempo de cambiar”.
Sin duda que en el párrafo anterior hay lucidez y certidumbre. Hay angustia y preocupación humana ante el proceso destructivo que en tantos aspectos impone el predominio tantas veces toxico de la sociedad industrial. Hay sensibilidad ecológica y hay desesperado intento por insinuar o vislumbrar un proyecto de acción a esa amenaza apocalíptica que siempre es posible de ser desencadenada desde las entrañas del poder tecnológico.
Cuando fue expulsado de la universidad de Harvard con su discípulo Richard Alpert, como consecuencia de los “experimentos de conciencia” que involucraba a sus alumnos, aceptó el papel de anunciador de una nueva verdad y de una nueva posibilidad para detener la destrucción de lo humano y se dedicó también a encontrar un sitio para sus meditaciones y sus predicas. Lo encontró en un rancho de 4000 acres en el estado de nueva York donde fundo su comunidad de fieles: LA CASTALIA FOUNDATION, autentico templo religioso, decorado con símbolos Tibetanos e impregnado de una reconocible y evidente atmosfera mística, que se convirtió en esos años en una sede planetaria para difundir la nueva filosofía y donde se enseñaron los procedimientos químicos para preparar la eucaristía de los tiempos modernos y tecnológicos: el LSD. Y el DMT, un alucinógeno más suave que el LSD.
Timothy Leary era por supuesto un renombrado intelectual y un hombre de sofisticada cultura, alguien muy bien informado de todo el proceso intelectual de la época. Ese desembocar en la mística, es fenómeno admirable e interesante en ese universo espiritualmente vacío que configura el capitalismo en la sociedad industrial. Pero aun en “modo místico” continua siendo un crítico feroz y virulento de la sociedad en la que ha nacido y a la que pertenece, pero a la que rechaza y juzga como estúpida e inmoral en relación con los objetivos de la vida. Al respecto escribe: “Yo creo que los Estados Unidos son el país más enfermo del mundo, aquel en el cual el individuo y la familia tienen menos significación. Millones de americanos no han tocado nunca la tierra, ni respirado la brisa fresca. Viven en una civilización formada por estúpidas cosas de metal y solo respiran aire envenenado”. Su filosofar era negar su mundo, un mundo donde el progreso tecnológico condiciona y elimina cada vez más la libertad del hombre. Predicaba como sus maravillosos antecesores Emerson , Thoreau y W.Whitman, el retorno a la vida natural; a la vida más centrada en el amor a los semejantes y no centrada sobre el amor y deseo de las cosas. Y pensó y sostuvo con ardentía que los alucinógenos eran el instrumento para engendrar esa revolución interna que clama a gritos la conciencia adormecida y domesticada del ser humano contemporáneo. Por todo esto y como es usual en la historia, sufrió persecución y padeció escarnio, fue encarcelado y calumniado. Pero su obra y su pensamiento continúan influyendo en la conciencia de muchos grupos humanos, que viven aplastados por su vacío en las entrañas de la sociedad industrial y unidimensional. Siempre fue de profetas nacer póstumos, de anticipar los tiempos.