Luis Eduardo Lobato Paz
Integrante del Centro Interdisciplinario de Estudios de la Región Pacífico Colombiana, CIER
Universidad Autónoma de Occidente
El pasado 2 de octubre, hacia las cinco de la tarde, la desolación era grande entre las personas que votamos por el SI para validar los acuerdos del gobierno nacional con las Farc. Se pensó que los grupos sociales y políticos, que tradicionalmente se han opuesto a los cambios sociales y políticos del país, se habían salido con la suya. Así mismo se auguraba que había una alta probabilidad que se reactivara la guerra.
Sin embargo esta visión pesimista de lo que podría pasar en Colombia en un horizonte cercano, cambió por dos factores: el primero relacionado con el otorgamiento del premio Nobel de la Paz al Presidente Juan Manuel Santos y el segundo por la movilización ciudadana de estudiantes y grupos sociales diversos. El primer hecho significó un espaldarazo internacional al Presidente Santos e hizo que el grupo opositor cambiara la actitud de ganadores y determinadores de lo que debía negociarse en adelante. Ahora se nota en ellos una actitud más dialógica y cooperativa.
El hecho más importante desde mi punto de vista de esta coyuntura ha sido el segundo: la movilización ciudadana. Al igual que los acontecimientos relacionados con la Séptima Papeleta que desembocarían en la promulgación de la Constitución de 1991, los estudiantes, a los que siempre se les sindica de apatía por los asuntos políticos, han dado una lección importante de movilización para exigir que este proceso de renegociación de los acuerdos de paz no se dilate indefinidamente.
Este fenómeno que se dio en Bogotá con la instalación de carpas en la Plaza de Nariño se ha ido extendiendo por todo el país. Universitarios de otras ciudades se sumaron a este movimiento y se han realizado marchas multitudinarias en las que han participado movimientos de víctimas, sectores de maestros, miembros de sindicatos, artistas, comunidades indígenas y de afrocolombianos, grupos de orientación sexual, entre otros.
Es un despertar a la conciencia de que el futuro del país no depende del personalismo de ciertas figuras políticas y que más allá de los barones electorales y los partidos políticos, está el pueblo llano. Es la posibilidad que todos aquellos grupos de campesinos, indígenas, afrocolombianos, transportadores, estudiantes que se han unido en coyunturas de paros o protestas anteriores puedan avanzar en la consolidación de movimientos sociales de mayor alcance. Esto podría desembocar en la articulación de una construcción de una propuesta de paz que sea más amplia e incluyente.
La actual coyuntura de renegociación de los puntos del Acuerdo, podría allanar el camino para la realización de un gran Pacto Nacional en el que se escuchen las voces y propuestas de empresarios, guerrilleros, políticos , militares, representantes de las universidades, sindicatos y sectores sociales diversos para consolidar una gran propuesta de paz. De nade vale que se desmovilice un grupo guerrillero si no hay cambios profundos en la estructura económica, social, política y cultural. Solo así se posibilitaría la deconstrucción de una cantidad de prácticas que perpetuán la desigualdad y la exclusión social, el control político en manos de unas pocas personas y grupos políticos y promueven programas de desarrollo que no son sostenibles.
Quizá este último aspecto sería necesario revisar y que las aspiraciones de consolidar una paz territorial sea con el concurso amplio e informado de las comunidades que son las que han sufrido de una manera directa los embates de la guerra y que deben ser los llamados a acordar o definir cuáles son los planes de desarrollo que más se ajustan a su tradición histórica y cultural.
La negativa a los Acuerdos de Paz, puede convertirse en una oportunidad para que ese ideal de Democracia Participativa que se contempló en la Constitución de 1991 pueda materializarse. Que la ciudadanía entienda que los hechos en los que se discuten asuntos de interés público no deben de pasar desapercibidos, que ellos pueden ser agentes de cambio. Así mismo que comprendan, que además de la posibilidad del voto, tiene a su disposición otros instrumentos como la revocatoria del mandato, las acciones populares y de grupo, que pueden presionar para la realización de cabildos abiertos y referendos cuando se vulneren o amenacen sus derechos. Si esto se logra, dejará de ser una utopía ese ideal liberal de la Soberanía Popular.
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