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FERNEY SILVA IDROBO
Mientras doña Ana sentada en la cafetería del parque, se expresaba con indignación sobre la falta de nuevas vías, la inseguridad en cada esquina, el desempleo, el aumento de homicidios, el pésimo servicio de salud, y una educación deplorable que no le permitía a los jóvenes pasar las pruebas de la universidad pública; absorbía de manera ruidosa el café que pasaba por la caja de resonancia de su garganta, para tomar de nuevo aire y seguir su queja contra la corrupción como el génesis de todos los males.
El minutero del reloj se emborrachaba de dar tantas vueltas y de escuchar a la indignada líder, quien echo al traste toda su queja, diciendo – “este candidato Cesar Juan es bueno, tiene la plática de la campaña, es corrupto como todos los políticos, pero debe hacer alguna cosita, además me regaló el dulce para los niños del barrio en diciembre”.
Debo decirles que el interlocutor de doña Ana estuvo visitando al siquiatra durante varios días después de dicha conversación; empezó a sufrir de los nervios, la presión y hasta del azúcar; no era para más, la señora había reconocido todos los males de la ciudad pero terminaba aceptando y claudicando, la verdad era cosa de locos.
El poder como la capacidad o autoridad de realizar una acción, se constituye en el elemento primordial de los objetivos del liderazgo, y son rasgos de la sociedad desde que esta era nómada y luego cuando encontró en el sedentarismo la posibilidad de constituir colectivos fuertes para defenderse y abastecerse de manera más segura.
El poder y la violencia, aunque no lo parezcan son elementos contradictorios entre sí, la existencia de uno inevitablemente amenaza la subsistencia del otro; no me refiero a la potestad totalitaria, ni al ejercicio de la autoridad sin mecanismos de regulación, sino a la capacidad de ejecutar acciones.
El ejercicio del poder trae consigo seguridad y autoridad, generando ciertas sensaciones de disciplina social, pero a su vez, surgen elementos en minorías o mayorías que a través de la violencia buscan el poder como elemento disuasivo para amenazar el imperio existente y posesionarse con mando y espantar el terrorismo provocado por ellos.
Casos como los de Irak con Husein, Chile tras la muerte de Allende, son un ejemplo; cuando fue arrebatado el poder y este se debilitó, la violencia afloro; eso significa que el terror se fortalece en la medida que se pierde la capacidad y con ella la autoridad de ejecutar acciones.
Si definimos el poder como la capacidad de realizar acciones desde lo legal y lo ético, la violencia es la ausencia de ello.
El poder no solo se desenvuelve a partir de la soberanía que establece el ejercicio político institucional; los actos como marchas, desobediencia civil, es la formación de poderes alternos que surgen paralelamente al que ya está constituido. El surgimiento de este tipo de operaciones germina de la necesidad perenne de establecerse en el poder, son acciones naturales desde el marco legal que garantiza la expresión de la sociedad.
Los Colombianos y Caucanos, debemos actuar para tener una vida digna de ser vivida, empezando con no dejarnos matar, no solo en lo físico, muchos son asesinados sin cometerse un homicidio como tal.
Doña Ana, desconoce que el poder se caracteriza por el derecho de dejar vivir o hacer morir, y que cada vez que claudicamos ante la corrupción disfrazada de solidaridad y entregamos las causas de bien común, debilitamos el poder y fortalecemos la violencia.
Paz y descanso a policías y líderes sociales asesinados, agradecimiento eterno.
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