Por Olga Portilla Dorado
Siendo un niño de 14 años y aun estando en su tierra natal, Cristóbal Rivera Ochoa perteneció a las redes urbanas del M19, su tío y su padre hacían parte de la Anapo y el gusto por hacer parte de lo que sería el ‘M’ tras la pérdida de las elecciones del General Rojas Pinilla, convirtieron a este jovencito en uno de los tantos ‘rebeldes’ que se oponían a lo que decía el sistema.
Cristóbal recuerda que por esa época y durante los cuatro años que estuvo en el M-19 empuñó armas, le hizo daño a muchas personas, pero también luchó por ideales de los menos favorecidos. Ingresó al M19 por euforia de lo que se escuchaba y vivía en la época. Siempre le gustaron las armas, hasta que un día su hijo menor, tenía una de sus pistolas en las manos apuntándose por juego, “pum, pum papá” fueron las palabras de su hijo. Esa imagen lo marcó para siempre, cuando Cristóbal revisó el arma, ésta estaba cargada; desde ahí supo que no usaría una pistola jamás.
No tuvo vicios como el alcohol o la droga, su debilidad eran los revólveres, lo supo cuando estuvo en el M19 y cuando, por miedo a que lo mataran, entró a los 18 años al Ejército Nacional. Llegó al grado de Cabo Segundo, no quiso seguir y se retiró. Sirviendo al país como militar y tras un consejo de guerra, pagó ocho meses de cárcel, ya que sus superiores se dieron cuenta de que había hecho parte de las filas del “M”.
“La satisfacción más grande es cuando llego aquí y sé que hay personas bajo techo durmiendo cómodas. Cuando hay jóvenes que han regresado a la casa, cuando hay muchachas que dejaron la prostitución y hoy en día viven de otros trabajos, cuando hay familias que lograron consolidarse”, pastor Cristóbal Rivera Ochoa.
Aunque su paso por la cárcel fue corto, el pastor Cristóbal recuerda que fue en su celda cuando Dios respondió a su clamor para salir de ese lugar, y aunque ya era conocedor del evangelio, pues en Santander había pertenecido a un Seminario para formarse como sacerdote; el milagro que recibió estando privado de su libertad, fue el principio de una vida en servicio de la comunidad.
“Yo ya tenía conocimiento del evangelio, era un simpatizante, creyente. Una noche, estando en mi celda estaba escuchando por la radio a un predicador, quien invitaba en ese momento a preguntarse uno dónde estaba y por qué había llegado a ese lugar. Esa noche me arrodillé, lloré amargamente y le pedí a Dios que me sacara de ahí, que yo haría las cosas como deberían de ser. Llámelo paradoja o con probabilidad matemática de uno entre 100, al otro día de ese episodio, estaba yo haciendo cola para desayunar, cuando el capitán de la cárcel me dice que tengo mi boleta de libertad, que podía irme. Eso para mí fue una respuesta divina, una respuesta de Dios, eso marcó el punto de referencia de mi vida”, recuerda el pastor Rivera.
Cuando salió de la cárcel, no tenía nada, tuvo que dormir varias noches en la calle, incluso recuerda que robó para poder comer. Uno de sus primeros oficios al llegar a Popayán fue como vendedor de helados, luego fue cotero de Empaques del Cauca; por esa época ya tenía a sus tres hijas, tiempo después llegó su hijo y con él, la motivación para salir adelante, para terminar su bachillerato y ser alguien en la vida.
Con su diploma de bachiller, pudo aspirar a un mejor trabajo, fueron 25 años como empleado –en distintos cargos- de Cedelca, ahí fue vigilante, almacenista, barrendero, tiempo después, con su título como tecnólogo industrial fue jefe de uno de los departamentos de la empresa. Además de esa tecnología, tiene otro tanto de títulos, que orgullosamente ha colgado en su oficina, los cuales –según él- no están para que lo aplaudan, sino para que los “muchachos se animen a seguir estudiando, a ser alguien en la vida”.
El pastor Cristóbal, recuerda que faltando unas semanas para pensionarse de Cedelca, fue llamado a ser reverendo de la iglesia Bautista de la ciudad, que se había edificado unos 15 años atrás de su llegada. “Siempre había sido una congregación igual a lo que hacen las demás, pero cuando yo llegó, le propuse al consejo del templo que no le apuntáramos al tema de la estructura religiosa, sino que a partir del mismo evangelio de Jesús, viéramos como él llevaba a Dios a la gente y no al contrario, la invitación era ver a Dios en la comunidad”.
Actualmente en la casa de paso el samaritano viven 13 ancianos, pero en total se atienden a 100 adultos, alrededor de 50 niños, y en el trabajo de calle, se contacta semanalmente a unas 600 personas.
Según sus palabras, la experiencia de haber estado en la calle, de haber sido preso y sus estudios en Gerencia Social, fueron la mejor combinación para ser llamado a convertirse en pastor de esta iglesia. Cristóbal no oculta de que a través de este pastorado, Dios le entregó la oportunidad de ver y entender la concepción real del evangelio de Jesús, de sacar el concepto de la liturgia del templo a la calle; de ahí su lema de adorar a Dios sirviendo a la comunidad.
“Nosotros acordamos generar un modelo diferente, y es que el ciento por ciento de los ingresos de la iglesia deben hacerse en función del servicio social para la comunidad, lógicamente sacando los gastos de sostenimiento, los servicios, las ofrendas que le damos al hermano y al pastor que trabajan aquí, pero no son salarios, como iglesia no hay gastos de nómina, yo como tal no devengo un salario porque desde hace unos 15 años que estoy acá firmé un contrato por prestación de servicios por 5 mil pesos mensuales; es que yo no estoy aquí por plata sino por vocación”, asegura el pastor Cristóbal Rivera.
Ángeles que regalan aguadepanela y pan
Cada 15 días, más de 10 voluntarios se reúnen los lunes, martes y sábados para recorrer algunos sectores vulnerables de Popayán, con un objetivo claro: buscar consumidores de sustancias psicoactivas y darles un vaso de aguadepanela con un pan, abrazarlos, charlar con ellos y ofrecerles un momento de reflexión para que hagan de su vida un templo de bien.
Son ángeles, sin alas, a cambio de ellas, llevan a sus espaldas unos termos con un líquido caliente que abraza el frio de la helada noche en sectores como La Esmeralda, Alfonso López, el Idema, el planchón en el barrio Bolívar, el puente del Humilladero, la Chorrera, entre otros lugares álgidos de la ciudad.
Además de hablar con ellos, de darles un alimento, se les hace una invitación especial a través de este proyecto conocido como ‘operación ángel’, y es que acudan a la iglesia los domingos, donde se les brinda una ayuda humanitaria. Los que van pueden bañarse, cambiar su ropa –que queda permutada- por una limpia y en buen estado. También desayunan y oran, hay unos que se van y otros que se quedan; los que quieren recuperarse e iniciar un proceso de recuperación vuelven, algunos lo hacen y satisfactoriamente cambian, otros pierden la fuerza de voluntad y continúan en el vicio. El pastor Cristóbal es enfático en decir que todo depende de su voluntad, pues ningún lugar cambia a una persona, si ella no quiere.
Cómo esos ‘ángeles’ son docenas de voluntarios que ayudan a esta iglesia cristiana de la ciudad, pues son más de ocho proyectos comunitarios que desarrollan desde su templo. Por ejemplo, ‘Dadle vosotros de comer’, es el programa insigne de la iglesia, el cual lleva 14 años, donde cada sábado le regalan un desayuno a cerca de 100 abuelitos desamparados, que sagradamente, a eso de las 7:00 de la mañana llegan por su bocado de comida. Son más de 140 mil platos de comida que han servido a través de este programa.
Los índices de las ayudas y de las personas beneficiadas, así como de cuántos se han rehabilitado no están consolidados, dice el pastor Cristóbal, pues para él el impacto del servicio que le prestan a la comunidad, lo mide Dios y no la matemática. Por ahora y mientras se preparan para atender a las más de 600 personas que semanalmente ayudan dentro y fuera del templo, el pastor no olvida sus sueños de construir una edificación para albergar a más hombres y mujeres, para que no pasen ni frío ni hambre, para que reciban el verdadero significado de lo que predica su Dios.
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