El país imaginario

CARLOS E. CAÑAR SARRIA

[email protected]

Se trata de un país donde todos quepamos. Democrático, sustentado en el derecho a la igualdad, donde no tengan cabida los privilegios y en el que impere la ley y el orden. Ley que acoja los intereses colectivos y orden que implique la convivencia civilizada.

Donde podamos vivir tranquilos con la posibilidad de que cada quien realice su proyecto de vida. Un país cohesionado por valores tales como la solidaridad, la justicia y la libertad. Donde no se mate por pensar, no exista la desconfianza mutua y en el que se garantice el derecho a respirar en condiciones de dignidad.

Imaginamos un Estado Social de Derecho que sea garante del imperio de la ley y que erradique las condiciones de miseria. Caracterizado por una justicia pronta, eficiente y eficaz.

Un país fundamentado en el trabajo que posibilite a la gente atender las necesidades cotidianas y responder a las vicisitudes de la vida. Bien afirma Montesquieu que “un hombre no es pobre porque no posea nada, sino por estar sin trabajo…” Razón tiene Marx cuando considera el trabajo como la esencia humana. Desafortunadamente la explotación y las profundas desigualdades socioeconómicas niegan la esencia… y la existencia.

Un país donde todos convivamos como buenos vecinos y no siga sucediendo lo que sucede, que “en cada colombiano encontramos un país enemigo”, tal como sostenía Bolívar. Necesitamos que en las calles no haya más miserables en espera de la caridad de la gente ante un Estado indiferente. No más desplazados por la pobreza y por la violencia.

Imaginamos una clase política descontaminada de patologías como la corrupción, la politiquería, el clientelismo y el populismo. La política encaminada en la defensa de lo público, a la resolución pacífica de los conflictos y como respuesta a las múltiples necesidades de la población.

El poder utilizado en responder las demandas sociales. Un país que no se desencante al ver liquidar puestos de trabajo, mientras los mismos de siempre, gracias a los mismos de siempre, transitan de una dependencia a otra y nunca se quedan sin puestos.

Imaginamos un Congreso depurado, que le caracterice leyes útiles a la sociedad y no legislar en detrimento de las comunidades que dice representar. No pocos legisladores desestiman prioridades, les encanta las discusiones bizantinas, se acuerdan de las regiones en procura de votos y después se hacen invisibles.

Imaginamos un país donde el Estado sea verdadero garante de los derechos humanos para que estos bienes primarios consoliden la democracia y la paz. Un Estado fuerte en inversión social, basado en el pluralismo y en el espíritu participativo acorde a la dignidad humana.

Imaginamos unos partidos políticos maduros y estructurados, capaces de ser los verdaderos intermediarios entre la sociedad civil y el Estado. No necesitamos partidos desprogramados, sin fundamentación filosófica, incoherentes y mucho menos que brillen como maquinarias electoreras.

Imaginamos unos gremios de la producción desprovistos de avaricia, con sentido social, preocupados por contribuir en mejorar las condiciones de vida de los colombianos. Que no solo les motive el afán de lucro en detrimento de las condiciones de vida de una gran cantidad de compatriotas que hoy están sumidos en condiciones de miseria y de pobreza.

Imaginamos una cultura ciudadana que comience por la formación de buenos ciudadanos que puedan constituirse en sociedad civil y caractericen un pueblo fuerte y organizado, capaz de reivindicar en términos pacíficos sus derechos. Necesitamos que todos los violentos transiten el camino de la paz. La paz como derecho y como deber, propia de las sociedades civilizadas.

Imaginamos un país donde la religión no intervenga en política y mucho menos que defina procesos electorales. Que algunos líderes religiosos se dediquen a salvar almas y no a captar votos.

Imaginamos un país con unos planes de desarrollo que se ajusten a las necesidades y requerimientos de la población, capaces de elevar los índices de desarrollo humano, donde exista progreso económico con desarrollo social.

Imaginamos un país en cuyas ciudades exista seguridad, donde haya orden y protección ciudadana, donde se sienta la autoridad y minimicen los delitos contra la vida y la propiedad de las personas. Ciudades al garete desdicen de las administraciones locales.

Imaginamos una sociedad feliz inspirada en los parámetros de la moral y de la ética; donde exista culto a lo público y la corrupción sea castigada severamente. No una sociedad erigida en los vicios de la corrupción que tanto daño hace al país y que sin embargo triunfa la impunidad a pesar de los desvaríos.

Imaginamos la existencia de verdaderos valores humanos que sirvan de buenos paradigmas, que en verdad lideren procesos de cambio en beneficio de las comunidades.

Imaginamos un nuevo país donde existan criterios meritocráticos para acceder al empleo y desaparezcan los despachos gubernamentales como dispensarios burocráticos para el pago de favores y tener contentos a los directorios políticos.