Por: Richard Fredy Muñoz
Twitter: RichardFredyM
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Y ganó el candidato que ofendió a hispanos, musulmanes y mujeres e hizo del insulto, la coerción y la xenofobia su bandera política.
Primero fue el Brexit en Gran Bretaña, después el NO a la paz en Colombia, y ahora lo que muchos creían improbable: Donald Trump, presidente de la nación más poderosa del mundo.
Montó su campaña sobre propuestas tan impensables como construir un muro para acabar con la llegada de mexicanos ilegales a territorio del Tío Sam, al tiempo que anunció una ley para imponer dos años de cárcel a los inmigrantes que intenten regresar después de haber sido deportados.
El nuevo presidente aseveró que anulará las medidas en materia de inmigración del actual gobierno, lo que incluye el plan de Acción Diferida que impide la deportación de jóvenes indocumentados que llegaron a Estados Unidos siendo niños.
Trump movilizó a todo el país amenazando al gobierno chino, al que acusó de “manipular divisas”. También exacerbó los ánimos con el anuncio de renegociar los tratados de Libre Comercio a los que responsabiliza por la pérdida de empleos y el cierre de empresas.
Y hay más: el presidente electo dijo que suspenderá todos los fondos de lucha contra el cambio climático de las Naciones Unidas para destinarlos a la financiación de proyectos locales.
Pero seguramente una de las propuestas mejor recibidas por sus seguidores es la promesa de reducir impuestos a la clase media. El magnate dijo que creará veinticinco millones de nuevos empleos.
Es decir, el candidato republicano dijo todo lo que consideraríamos políticamente incorrecto y que al igual que en Colombia e Inglaterra, generó una andanada de columnas de opinión, campañas de descrédito en las redes sociales y editoriales en su contra de los principales medios de comunicación.
Sin embargo, y he aquí la cuestión, Trump dijo lo que las mayorías, en el fondo, querían escuchar.
No lo que los periodistas y los generadores de opinión, o los columnistas y los influenciadores en redes sociales querían oír. Trump tocó el corazón mismo de las multitudes inconformes, escépticas y cansadas del establecimiento, para utilizarlo a su favor.
El mundo cambió y la manera de hacer política también. En Estados Unidos Trump acaparó el enojo de los blancos pobres y desempleados contra los inmigrantes.
Los triunfos del Brexit, del NO y de Trump evidencian el divorcio entre votantes y la clase política, los medios y las encuestas. El empresario se vendió así mismo como un ‘no político’.
Hábilmente el candidato se dedicó a desprestigiar a su contrincante Hillary Clinton y contrario a lo que podríamos pensar, su estilo gustó. Para colmo, sin pretenderlo, los medios de comunicación que lo atacaban terminaron por convertirse en el amplificador ‘gratuito’ de sus mensajes, desconociendo, insisto, que era lo que a la gente le gustaba.
Del otro lado de la contienda los demócratas se quedaron sin estrategia, se llenaron de soberbia y creyeron que el empresario era ‘pan comido’ y mucho antes del día de elecciones ya tenían nombrado el Comité de Empalme. ¿Notan el parecido?
Al igual que en el plebiscito colombiano, las encuestas en Estados Unidos no lo vieron venir porque era ‘políticamente incorrecto’ reconocer públicamente que iban a votar por un candidato ‘vergonzante’, pero los ciudadanos ya habían tomado su decisión, y a la media noche del martes 8 de noviembre el mapa electoral se teñía de rojo republicano.
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