NELSON EDUARDO PAZ ANAYA
En la memoria aparecen los derrumbes de los túneles y de las lomas de Almaguer, de la época de la colonia, que destruyeron la infraestructura habitacional y de explotación del oro que se iba para España, sepultando y cambiando el entorno geográfico del lugar, como consecuencia de los socavones y del movimiento telúrico.
El siguiente evento recordado, el terremoto de Caracas en medio de la confrontación y del humo de la pólvora, ante el cual, el Libertador, grito: “Si la naturaleza se nos opone lucharemos contra ella”, efectivamente la campaña Libertadora se acompañó siempre de una tenaz lucha contra la adversidad de la naturaleza.
El maremoto del Pacifico, que afecto toda la costa caucana y nariñense, que asolo el hermoso poblado de Mulatos en el Parque de Sanquianga, contradictoriamente mostró las recónditas pobrezas de esta región ubicada en los lugares de enorme riqueza por contener la más significativa biodiversidad del planeta.
Los diez y ocho eternos segundos del terremoto de marzo en Popayán y municipios vecinos; vidas sepultadas en medio de miles de toneladas de escombros, de lo que era la arquitectura y el arte de épocas de esplendor y riqueza, se desmoronaron cubriendo de polvo la mayor tragedia de la Ciudad.
Al poco tiempo la avalancha del río Páez, en Tierradentro por entre las hondonadas de la cordillera, retumbo en los ancestrales lugares sagrados de la cultura indígena, miles de personas desaparecieron en medio del lodo que bajaba por el descongelamiento del Nevado del Huila; la oralidad lo había anunciado.
Referirse a los desastres y no nombrar a las ciudades de Armero y de Mocoa, puede presentarse como un acto de falta de memoria con la Nación y de insolidaridad con sus víctimas, siempre retumbará su tragedia como el eco de la crítica ante un Estado que no tuvo la gestión adecuada para prevenir semejante imprevisión, cuando la misma naturaleza había avisado su desbordamiento.
Y en el Cauca, Miranda, Corinto, La Sierra, Rosas, para citar los más afectados por estos hechos mal nombrados de la naturaleza, respecto de los cuales, las instituciones ambientales están en mora de adelantar estudios y evaluaciones profundas a fin de evitar su dolorosa repetición.
Pero hay, además, daños diarios, permanentes, que no registran comunicados, ni titulares de prensa, pero que en la cotidianeidad van dejando estelas de sacrificio, de dolor y pobreza, cuando una o pocas unidades familiares se derrumban, y ante lo cual, las denominadas unidades de riesgo, no alcanzan a cubrir las prevenciones debidas.
Y hoy, cuando el coronavirus copa la atención presidencial, y la pandemia aparece como un velo que oculta tantas dificultades del País, porque el susto de la enfermedad y la muerte, tapan la miseria que afecta a la mayoría de la población, mientras unos pocos avivatos que no lo duden juzgará la historia en poco tiempo, abusan de las circunstancias, se da la anunciada tormenta en el Caribe.
Duele esta situación, debe servir para reflexionar, lo contrario no será más que una posición farisea, los avances técnicos, permiten predecir estas amenazas, los noticieros anunciaron lo que ellos llaman: “el paso de la tormenta”, y el Ideam; la pregunta que ronda la mente, y ¿el Estado porque no tomó las debidas precauciones?
No son responsabilidades del gobierno de turno, señalarlo así, seria caer en posiciones demagógicas, el cuestionamiento se debe radicar en un círculo mucho más amplio, es en la concepción filosófica de la vida, de la relación del hombre con el planeta.
Cómo quedaron los que se dan golpes de pecho, y se decían seguidores del orden y la tradición, representados en el señor Trump, que torpemente niega el cambio climático, a quien las basuras no importan si con ellas se hacen billetes, para quien hacer muros es sustancial porque la vida solo importa en su país, y como si fuera poco, que no hay que usar tapabocas porque el coronavirus, no existe y ¿los doscientos cincuenta mil muertos por imprevisión? En Colombia, con dolor se destapan una serie de verdades. Se hace parte del remolino que arrasa al mundo y que es muerte y destrucción total. Asi los Trump de todos los pelambres, digan lo contrario, la contaminación ambiental inexorablemente acabará la vida, la naturaleza es implacable, sin una política ecologista, no hay futuro.