DIEGO FERNANDO SÁNCHEZ VIVAS
Colombianos, mis últimos votos son por la felicidad de la patria. Si mi muerte contribuye para que cesen los partidos y se consolide la unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro» (Simón Bolívar).
El 17 de diciembre de 1830, murió en la Quinta de San Pedro Alejandrino de Santa Martha, el Libertador Simón Bolívar. Una semana antes había dictado a su edecán lo que se constituiría en su testamento y la última proclama, una suma de sus anhelos y luchas, desventuras y desilusiones, que vienen a ser en cierto sentido la historia de la emancipación de Nuevo Mundo de España, y el inquebrantable deseo del Libertador de ver a Latinoamérica unida en torno a una gran nación que congregara a todos los pueblos de Panamá hasta la Tierra del Fuego.
Este último viaje que inició el Libertador el 8 de mayo de 1830 al salir de Santafé de Bogotá y atravesar la ruta del Rio Magdalena hasta encontrarse con su destino final en Santa Marta, lo describe magistralmente el Nobel de Literatura Gabriel García Márquez en su libro » El General en su Laberinto». En una forma patética y descarnada, el Nobel nos describe las penurias y el ocaso vital del Libertador, cuando ya las dolencias físicas producto del agotamiento y la falta de cuidado en su salud como consecuencia de las durísimas jornadas de emancipación, habían hecho estragos irreversibles en su humanidad. García Márquez describe a un Simón Bolívar de carne y hueso, tan falible y vulnerable a los males terrenales como cualquier mortal. Atrás ha quedado en la memoria del Libertador los gratos recuerdos de los días gloriosos. El paso del Páramo de Pisba, las innumerables batallas en las que se alzó con una victoria difícil y meritoria, en medio de grandes dificultades, y la entrada triunfal a Santafé de Bogotá.
En ese último viaje, el Libertador se duele de la ingratitud y la traición de quienes promovieron un atentado en su contra, episodio que se denominó la conspiración septembrina en 1828. También lo conmovió profundamente el asesinato de su gran amigo Antonio José de Sucre, el 8 de mayo de 1830.
En esos días aciagos, Al Libertador le atormentó también la desilusión de observar cómo su proyecto político de ver a Latinoamérica unida se deshacía inexorablemente. Vio con tristeza la desintegración primero de Venezuela luego del Ecuador, y más tarde Perú, quedando dichos territorios conducidos por caudillos militares como Flórez y Páez. «Hemos arado en el mar», solía comentar con amargura el Libertador en el último trayecto de su existencia.
Al cumplirse otro aniversario de su muerte, el mundo recuerda al Libertador, al genio militar, al brillante y victorioso estratega de las mil batallas, al soñador irredimible de la unidad latinoamericana, Simón Bolívar, «El hombre de las dificultades», como el mismo se llamó.