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ROBERTO RODRÍGUEZ FERNÁNDEZ
Como por arte de magia, el incorruptible Robespierre podría reaparecer y, milagrosamente, como todo lo suyo, entender perfectamente el idioma, y esperar que nadie reconozca al famoso revolucionario francés, buscando ropas actuales para no ser acosado.
Su anonimato le otorgaría la ventaja de su vida, poder conocerlo todo y a todos, y con ello valorar las cosas con una perspectiva histórica privilegiada. Por ejemplo, admirarse que la ideología liberal –que costó tanto desarrollar- sea ahora solo un discurso hueco, pura retórica, una mera formalidad, siempre en manos de personajes elegidos fraudulentamente y que gobiernan combinando lo legal con lo ilegal.
¿Qué ha pasado con la ideología liberal que tanto quiso?
Ver que el cumplimiento de la legislación estatal se ha convertido en una burla, que ni los gobernantes ni los ciudadanos se preocupan ahora por respetar sus reglas de juego, lo llevaría a preguntarse ¿cómo hacen para vivir en semejante estado de naturaleza salvaje?
Es claro que sin la existencia del contrato social del que hablaran Hobbes, Locke y Rousseau el gobierno que exista no podría hablar de legitimidad política, ni podría pensarse siquiera en lograr el progreso económico, ni mucho menos existirían seguridades jurídicas, y –por supuesto- no sería posible la identidad cultural. Entendió que a pesar del transcurso del tiempo hasta podría aceptar que se denuncien algunas crisis en uno u otro de estos elementos del contrato social, pero encontrarse con que las crisis son globales o en todos los elementos, bueno, eso lo lleva a concluir que la vida se ha vuelto imposible.
Encontró que el actual liberalismo político es solo teoría, y que en la práctica es mucho peor que la tiranía de la cual se le acusó en la Francia de 1794-95. En aquel tiempo su propósito fue siempre la defensa de los pobres de París, no como ahora que el propósito de los autodenominados liberales es la defensa de los ricos y de las oligarquías, esta vez nacionales y extranjeras.
Claro, la idea fue siempre la de desarrollar el ánimo de lucro, y para ello se propusieron y conquistaron libertades como por ejemplo la de empresa, pero nunca pensaron los creadores del liberalismo social dejar hacer y dejar pasar solo los intereses de los grandes comerciantes internacionales. Se trataba de hacer negocios, pero adoptando al tiempo algunas reformas jurídicas y políticas que garantizaran los derechos de los ciudadanos de los tiempos modernos –sin considerarlos clientes- con lo cual todos quedaron felices. Pero, notó que ahora se avala a muchos bandidos que roban al Estado y a la Sociedad de variadas formas, lo que –ciertamente- no construye la felicidad de nadie, ni la del propio ladrón.
En su pasado habló y trabajó por una democracia más real, plenamente participativa, tanto que se llegó a tomar las decisiones de gobierno en público, ante todos los ciudadanos, con lo cual, como era lógico esperar, se cayó en lo contraevidente, sobre todo en temas de justicia y a la hora de condenar a muerte. Sin embargo, vio con horror –y él era un hombre que no se horrorizaba fácilmente- que en el presente la democracia brilla por su ausencia, que no hay rastros de la participación ciudadana sino que todo es impuesto o inducido a través de mentiras y miedos a los terrorismos.
Claro, en su tiempo funcionó la guillotina para perseguir a quienes violaran sus leyes entendidas como expresión de la voluntad popular; sin embargo, en el presente no se podría utilizar la cuchilla justiciera, entre otras cosas porque los corruptos y bandidos son hoy hasta bien vistos.
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