Aunque reconocía a Santos como un camaleón político, ha superado cualquier previsión sobre su capacidad de engaño. Este es el Gobierno de la trampa, el ardid, la emboscada.
El gobierno planteó el falso dilema entre guerra o paz para facilitar el triunfo en las elecciones. La estrategia no fue tan efectiva; graduaron al Centro Democrático de “guerreristas” y sin embargo, los amantes de la paz no fueron tan abundantes ni tan espontáneos. Hubo que darles un empujoncito con clientelismo. Sin los recursos estatales destinados a mermelada y pauta publicitaria (por más de 5 billones de pesos), 18 mil nuevos cargos de planta y 73 mil nuevos contratistas, no habrían aparecido tantos “pacifistas”. Tampoco debemos menospreciar el apoyo electoral que dieron las Farc con presión armada y asesinatos a opositores. Sí, la estrategia, con esas arandelas, funcionó: el país quedó dividido en dos.
Algún incauto pensará que se les olvidó la promesa de la refrendación de los acuerdos, y que si resulta apretada como las elecciones presidenciales; con las arcas vaciadas, la crisis económica en vísperas y los politiqueros hambrientos; podría ocurrir que el pueblo rechace los acuerdos y con eso destruya la ilusión de un premio Nobel. Empero las artimañas son ilimitadas y pensadas con antelación. Se reformó la Ley estatutaria para hacer más sencillo aprobar un referendo; permitiendo que coincida con elecciones.
Habilidosamente esconden los acuerdos con eufemismos: la falta de cárcel en una amañada interpretación de justicia transicional, la garantía de representación política con un abusivo uso del delito político, eluden hablar de los ingentes recursos de las Farc y sueltan perlas como la de la policía rural integrada por las Farc para ir ganando espacios en la igualación del narcoterrorismo con la fuerza pública.
Si los disfraces no son suficientes ya se tejen nuevas redes. La Fiscalía trabaja en el ablandamiento de los grupos opositores. A los militares se les condena -sin pruebas- y generosamente se les ofrecen soluciones ligadas a las del narcoterrorismo; para que se animen con la impunidad. A los uribistas se los judicializa con la velocidad de la injusticia, mientras los verdaderos crímenes engordan en los escritorios. La maniobra es similar; desprestigiar a Uribe y a sus seguidores para que los críticos pierdan peso moral. Llevarlos a la cárcel y luego proponer una ley de punto final: donde todos los criminales narcoterroristas, militares, policías y uribistas salgan de la cárcel y haya reconciliación total.
Y si todo se complica, ya el Fiscal elucubra sobre lo innecesario que resulta consultar al pueblo. Avanzamos, sí, imantados por el Flautista de Hamelin, hacia un precipicio.
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