A menos de quince días para la segunda vuelta de las elecciones presidenciales si no cambian el panorama democrático, muy pronto tendremos una lánguida democracia en Colombia por cuenta del abstencionismo. Aunque ciertamente, Colombia es ejemplo de democracia. En el pasado proceso eleccionario tuvimos cinco candidatos, de excelentes particularidades, que cualquier país vecino anhelaría. Si se habla de oportunidades, había de donde escoger. Hubo de todo color, género y posición ideológica. Ahora de nuevo, no hay claridad sobre quién ganará los próximos comicios. Estamos ante un momento democrático trascendental.
En la cultura política no hay un mensaje uniforme sobre lo que significa democracia. Juan Jacobo Rousseau cree en el “Contrato Social” como la voluntad de todos los ciudadanos, llevado a las elecciones para expresar su fervor popular. De allí que los gobernantes son los llamados a hacer realidad el pensamiento del pueblo para cumplir esos deseos. Así mismo, en este tema de la voluntad popular, J.A. Schumpeter, hace unas deducciones importantes: ¿se puede reconocer la voluntad popular? ¿Es un objeto social identificable, definible, precisable? Imaginémonos a un gobernante honesto tratando de abreviar los intereses de campesinos y citadinos, de hombres y mujeres, de jóvenes y ancianos, de ricos y pobres. Para este pensador schumpeteriano del siglo XX, sobre el significado de democracia, lo único que existe es la parafernalia de las elecciones, las camisetas, la fiesta, los discursos, los debates. O sea, una democracia formal, porque el Contrato Social no existe.
De allí que a quienes participan desde hace muchos años cumpliendo el derecho al sufragio, de la noche a la mañana les cambiaron el ambiente de fiesta democrática por las adivinanzas. Proceso eleccionario, que no es otra cosa, que la lucha de la élite política por el voto de las masas populares. Muchos votando por el candidato elegido por pocos. Evento en el que pueblo vota, pero no elige. Que además, de votar por gobernantes, que después de elegidos hacen “su propio plan de gobierno”, parecido o no a la voluntad popular.
El pasado 25 de Mayo, no sentimos esa fiesta democrática, más bien parecía un desfile funerario. Cambiaron el diseño, logrando aumentar la abstención que ronda el 70 %. Abstención, mediante el cual un potencial votante en las elecciones parlamentarias o presidenciales, decide no ejercer su derecho al voto. En ambos casos, el ciudadano se abstiene de votar, ateniéndose al resultado del voto de los que sí votaron, como ocurre también, con el voto en blanco.
Ignoraron la idiosincrasia colombiana de rasgos anímicos y temperamentales, que expresan su modo de ser y su conducta folclórica. Volvieron ley de hielo a ese conjunto de fuerzas psicológicas características, que acompañan a los colombianos, sumadas a una serie de motivaciones, que le orientan su estado de ánimo. Le quitaron el ‘sentimiento festivo’ al pueblo. Y le agregaron la función negativa de adivinar si un video, es original o manipulado. Adivinar si la mafia financió una campaña hace cuatro años con lo que no podría esperarse otro resultado electoral.
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