El elegido

DONALDO MENDOZA

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Los expertos en ciclismo e historiadores del Tour de Francia, ocuparán las páginas de los diarios nacionales y periódicos de las regiones. Escribirán en mayúsculas la hazaña del hijo de Zipaquirá. En razón de que no tengo esos alcances enciclopédicos, orientaré estas líneas hacia otras consideraciones. La idea central está planteada en el título: Egan Bernal, el elegido.

Al principio de la carrera casi nadie, en Colombia, daba un centavo por el sorprendente resultado final, y menos si el cuasi desconocido Bernal iba como un opaco gregario del llamado a ganar la exigente competencia. Menos se iba a advertir que la suerte de este joven de 22 años estaba echada en su nombre, un anagrama: palabra cuyas letras organizadas en orden distinto dan otro nombre (misterio arbitrario del signo lingüístico); en el caso de Egan, su nombre puede ser también Gane. En suma, Egan nació para ganar. Esto no es mera especulación, hay circunstancias que sustentan el destino de un ganador. Y nacer “elegido” trae consigo consecuencias; Homero lo dijo en una palabra: odisea.

La odisea de Egan en el Tour de 2018 fue un verdadero rito de “iniciación”. Tuvo varias caídas en ese camino de la pasión que es el tour de Francia, y la más absurda de todas fue ese carro que sin aviso previo se detuvo, para que el ligero cuerpo de Egan y su metálico corcel salieran literalmente volando. Con todo eso, Egan llegó al final de la competencia en un honroso puesto quince. El “iniciado”, ante los ojos de sus compañeros y el equipo patrocinador, pasó la prueba.

No fue esa prueba la primera, ni sería la última de Egan Bernal. La vida no ha hecho sino ponerle innumerables obstáculos; sus padres no tenían la solvencia económica para comprarle los implementos de su vocación, pero el elegido siempre hallará quién le venda barato o quién le preste. A Egan le prestaron y ganó las competencias domésticas, y después las carreras sin renombre dentro y fuera de Colombia.

Y, como todo elegido, Egan sabe que siempre, siempre faltará algo. Entendió, con sentido visionario, que en un mundo globalizado la incomunicación nos convierte en seres anónimos, y rompió ese hostil muro aprendiendo distintas lenguas. Sin ínfulas, guardó ese tesoro en su equipaje existencial; sabía que el momento de la revelación llegaría.

Empezó el Tour de Francia 2019, y el país entero tácitamente se puso de acuerdo para darle a Nairo Quintana, el mejor en la historia del ciclismo colombiano, la última oportunidad. Pero otra vez, como en las veces anteriores, a Nairo le iban a faltar los cinco centavos para el peso. “La madera de los colombianos no está hecha para esa carrera”, decían algunos pesimistas. Ese era el escenario para el accidentado, afilado y enjuto Egan Bernal. Y asumió con humildad su rol de gregario, y así corrió casi hasta la víspera del fin de la carrera.

Pero a esa fecha, Egan ya no iba sobre el caballito de acero, sino sobre hombros de gigantes, cual iluminado Pulgarcito de los cuentos de hadas. La mano de Geraint Thomas, para quien trabajaba el humilde zipaquireño, se extendió, tocó su espalda, y Egan Bernal alzó vuelo hacia la gloria.

Ya en la cima, y el momento llegado, el elegido le habló a una audiencia mundial en cuatro lenguas: inglés, francés, italiano y español. Con una inspirada profecía: éste es mi primer Tour.