El dilema de los grandes héroes

ALEJANDRO ZÚÑIGA BOLÍVAR

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Las festividades de fin de año son una de las pocas oportunidades en las que tenemos una excusa para reflexionar. Sin lugar a dudas evaluar nuestros actos cada cierto tiempo tiene su virtud, nos permite reencontrarnos con nuestras metas, corroborar el rumbo de nuestras decisiones y plantearnos los ajustes que nuestra vida necesita. Sin embargo, es muy importante que nos hagamos esta primera pregunta ¿Cuál es el criterio para evaluar el año que termina?

En esta época estamos rodeados de los cantos, rezos y, en general, de las grande historias que trae consigo los encuentros familiares. La televisión, el cine y casi todas nuestras actividades están permeadas por los relatos extraordinarios de los grandes héroes del pasado. En no pocas de estas historias se exalta el amor, la fe ciega, la inmolación, el sufrimiento redentor y la resignación como algunas de las más altas virtudes del ser humano. Se nos invita a transformar el mundo y a entregar nuestra vida a ese objetivo.

Esos ejemplos nos invitan no solo a compartir aquellas virtudes, sino que además nos invitan a idealizar nuestra vida, nuestras metas y, por ende, nuestros actos. Pero es allí cuando debemos pensarnos estos ejemplos como lo que son, es decir, como referentes que deben cumplirse en el mayor grado posible en nuestra vida. Ya que, de lo contrario, estamos abriendo las puertas del dolor.

Cuando soñamos con alcanzar un objetivo en la vida debemos construir nuestro camino por fuera de la senda del idealismo. Porque cuando transitamos por aquel lugar nos vemos tentados a pensar que debemos llegar a un punto muy específico del horizonte que perseguimos, lo cual significa que hemos construido una representación muy detallada del lugar al que queremos llegar que, en muchas ocasiones, no corresponde a la realidad. Esta situación usualmente nos desilusiona y nos impide gozar de la meta a la que llegamos.

Por ello, cada meta que nos planteemos en la vida debe ser tan clara como para saber hacia dónde caminar, pero no tan rígida para que seamos capaces de sorprendernos una vez la alcancemos. De allí, que mi invitación para este fin de año es que reflexionemos sobre lo que nos hace felices e impongamos eso como nuestro criterio para evaluar la vida, reconozcamos nuestros límites y evitemos idealizar nuestra propia existencia. De paso podremos recordar que la felicidad es el producto de un delicado equilibrio entre todas las cosas que son importantes para nosotros y al ser un equilibro ninguna estará en su estado ideal: el entorno, la familia, los amigos, el trabajo, el amor, por mencionar algunas.

¿Cómo esperamos transformar el mundo si no hemos podido transformar nuestro interior? Encontrémonos con esta hermosa realidad: aquellas personas que admiramos por su capacidad de transformar el mundo construyeron primero su propia felicidad, luego encontraron la forma de compartirla con quienes los rodeaban. Nuestra responsabilidad para el año que viene es sembrar, con nuestros actos, las semillas de la felicidad para que podamos más adelante cosecharla y compartirla.