Una de las grandes creaciones del liberalismo clásico, acogida por los revolucionarios franceses en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, fue el sufragio universal. El derecho de todos los ciudadanos a ejercer el derecho al voto. Este es el instrumento que hace viable la democracia en cuanto nos permite a los integrantes del conglomerado social que hemos alcanzado la ciudadanía, participar con la expresión de nuestra voluntad en la construcción, renovación y orientación de los poderes públicos.
Por eso consideramos que es muy importante votar. Si no lo hacemos, otros nos imponen su concepción del poder. Cuando la abstención alcanza niveles tan altos como los que registró en la última elección para Presidente de la República, le permite a una porción minoritaria de la sociedad tomar las decisiones que deben regir la vida colectiva. Así lo indica el hecho que de diez personas aptas para votar solo lo hicieron menos de cuatro. Lo ideal en una democracia es que las decisiones sean adoptadas por la mitad más uno de quienes sean idóneos para sufragar. Si el censo electoral es de aproximadamente treinta y tres millones de ciudadanos, el Presidente debería ser elegido por los votos de más de dieciséis millones y medio. Si la abstención se sostiene en los índices que presentó el pasado veinticinco de mayo, el primer mandatario de la nación va a ser elegido por la cuarta parte de las personas que conforman el censo electoral. Esa circunstancia le resta legitimidad al gobernante. El respaldo popular va a ser escaso y notoriamente minoritario, lo cual es inconveniente para las grandes decisiones que debe tomar el jefe del ejecutivo, porque por su conducto una lánguida minoría le va a imponer las políticas públicas a una mayoría abrumadora.
El camino, entonces, no es la abstención como tampoco lo es el voto en blanco, que en la segunda vuelta carece de efectos. Es decir, equivale a no votar, y a dejar en manos de quienes si participan en la contienda, la toma de la decisión.
En consecuencia debemos ejercer nuestro derecho al voto para fortalecer nuestra democracia y hacerlo por la propuesta que interprete de mejor manera los intereses colectivos. Los colombianos hoy tenemos dos opciones: votamos por Zuluaga quien ha manifestado reiteradamente no estar de acuerdo con el proceso de paz así a última hora, con evidente oportunismo haya manifestado un cambio de posición. O votamos por Santos adalid de la paz y de la lucha contra la pobreza, cuyo compromiso con ambas es trasparente y no fruto de acuerdos coyunturales.
No merece credibilidad quien se declara partidario de la paz solo para atraer electores, porque así como hoy día la abraza para sacar avante sus conveniencias personales mañana la desecha por la misma razón, y porque riñe con sus propias convicciones.
Santos decidió desde el principio del ejercicio de su mandato apostarle a la paz. Su posición es fruto de la convicción arraigada que el conflicto armado se debe terminar por la vía de la negociación para darle un mayor impulso al desarrollo económico y social de la nación. Su contrincante ha venido pregonado de manera insistente su desacuerdo con los diálogos de la Habana. Ha planteado su terminación en la medida que los descalifica y condiciona la continuidad del proceso con exigencias que, sabe de antemano, no va a aceptar la contraparte.
La invitación es a participar en el proceso electoral del quince de junio. Que convirtamos ese certamen democrático en un verdadero plebiscito por la Paz. Soy un convencido de la necesidad de restaurar las condiciones para una convivencia pacífica entre los colombianos. Nuestro país posee grandes potencialidades que no hemos podido disfrutar debido al conflicto.
Permitamos que los integrantes de las próximas generaciones puedan hacer de este “su país”, sin temor a que se lo arrebate la violencia y desarrollar su periplo existencial en un clima social que les garantice su realización personal y colectiva. Santos es la alternativa de la paz y la justicia social, valores que tienen una intima relación. La primera será perdurable en la medida que la segunda impere en nuestra patria. El quince de junio será una fecha histórica para la paz de Colombia con Santos Presidente.
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