HAROLD MOSQUERA RIVAS
El artículo 229 del Código Penal colombiano tipifica el delito de violencia intrafamiliar, a señalar: “El que maltrate física o psicológicamente a cualquier miembro de su núcleo familiar incurrirá, siempre que la conducta no constituya delito sancionado con pena mayor, en prisión de cuatro (4) a ocho (8) años”. Esta pena se aumentará de la mitad a las tres cuartas partes cuando la conducta recaiga sobre un menor, adolescente, una mujer, una persona mayor de sesenta (60) años, o que se encuentre en situación de discapacidad o disminución física, sensorial y psicológica o quien se encuentre en estado de indefensión o en cualquier condición de inferioridad. A pesar de esta sanción tan severa, todos los días tenemos noticias de hechos constitutivos del punible de violencia intrafamiliar. En la mayoría de los casos, se trata del padre de familia, el esposo que maltrata a su cónyuge, quien, como Vilma en la serie de los Picapiedra, se ocupa de los deberes del hogar y espera a que Pedro lleve los recursos económicos para el sustento de la familia. En ese modelo de familia Picapiedra, el delito en mención entraña una grave contradicción, pues al tiempo que pretende sanciona al autor de un delito considerado grave, termina, por cuanta de esa sanción, dejando a la familia sin el único sustento económico que tiene. Frente a ello, no hay respuesta del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, ni del Departamento de Prosperidad Social. Simplemente, el padre se va a prisión y la familia queda al borde del abismo. Por eso es común, ver a la esposa y madre que un día se presenta a denunciar la agresión, suplicando para que su esposo o compañero no sea privado de la libertad, porque ello implicará para sus hijos, la pérdida del sustento, a riesgo de que la libertad del infractor, más adelante pueda significar la pérdida de su vida o la de sus hijos, como tantos casos que hemos conocido en los últimos años. Sin lugar a dudas, el contenido del artículo 229 del Código Penal, por sí solo, no va a resolver un problema tan generalizado en nuestra sociedad, ha menester buscar la solución desde la educación, las oportunidades laborales para mujeres y hombres, el compartir las responsabilidades familiares y lo que es más importante, cambiar la cultura machista de la agresión y el maltrato al interior del hogar, por una del afecto, la tolerancia, el respeto y el amor. Sería importante que los candidatos a la presidencia de la república conocieran las estadísticas de procesos y condenas por el delito de violencia intrafamiliar y los efectos que estos punibles producen en la familia y en la sociedad. Ojalá en el próximo gobierno tengamos políticas públicas orientadas a la salvaguarda de la familia, lo que implica garantizarles una buena educación, una casa propia, empleo para dos padres, recreación y vacaciones de toda la familia. Seguramente de esta manera conseguiremos un día que, el artículo 229 del C.P. tan solo sea un triste recuerdo de tiempos en que, como iniciara Rivera su novela La Vorágine, jugamos el corazón al azar y nos lo ganó la violencia.