El coraje y el arduo viaje de las venezolanas

GERARDO SALAZAR SALAZAR

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Emma, trae la mirada llena de nostalgia, viene de Venezuela rumbo a Ecuador a buscar un destino mejor, ante el sinsabor que le produce la crisis que vive su patria.

__ Buenas tardes, saludo, y avanzo en dirección al asiento en el que coincidimos en el bus bolivariano de Bogotá a Popayán.

Ella, responde con un acento que reconozco, en los venezolanos, que acostumbro saludar en Popayán, tiene cincuenta y dos años, su apariencia es menuda y saludable a pesar del sufrimiento, lleva el cabello cogido con una moña negra, que resalta su rostro trigueño; de profesión costurera, decidió dejar su tierra para probar suerte en Ecuador, va con trabajo garantizado, pero, a su lado viajan ocho venezolanas, del mismo barrio y de la misma cuadra que comparten sorbos espaciados de agua, de una botella grande que circula de mano en mano, mientras avanzan a un territorio desconocido.

Viajan con tristeza y esperanza, dicen que en su tierra la plata no alcanza, que los precios están por las nubes, que no es cierto que se repartan remesas a las familias, que las casas están quedando solas, porque mucha gente está partiendo.

Por el pasillo avanza una mujer joven, viste una blusa blanca ajustada al cuerpo, se detiene cuando observa que converso con su paisana, se llama Luisa, enseguida empieza a contarme la misma historia y agrega que en Venezuela dejo sus dos hijos.

A los pocos minutos, observo que los ojos de Emma están vidriosos a punto de venir las lágrimas, ha recibido un mensaje de su esposo, a quien tuvo que dejar por primera vez, luego de veinticinco años de matrimonio, mientras comenta:

__ Un hombre como ese jamás volveré a conseguir.

Al preguntarle a la otra venezolana, en que va a trabajar, contesta:

__ En lo que salga, eso es mejor que quedarse. Tal vez había demasiadas respuestas en su cabeza, mientras recuerda a sus dos pequeños y agrega:

__ Solo le pido a Dios, que me ayude para sacar adelante a mis hijos

Todas estas mujeres cargadas de valentía han dejado su pueblo natal, llevan en sus bolsillos poco dinero para instalarse, buscaran a miles de venezolanos que ya están en Ecuador con la fe que alguien les tenderá la mano para empezar. De lo único que tienen certeza, es que un día partieron y volverán, comentan que personas de todos los estratos sociales, peregrinan por los países vecinos: Colombia, Ecuador, Perú, Chile, Argentina, sobreviviendo: vendiendo dulces, galletas, bolívares, pidiendo dinero…, tienen claro que están mejor en cualquier lugar, menos en su país, al que extrañan y añoran.

Escasean los alimentos, las medicinas, la inseguridad y el poder adquisitivo del Bolívar es bajo; con el salario mínimo de un mes, pueden sobrevivir uno o dos días. Las naciones unidas califican a Venezuela como el de mayor migración de América.

La noche avanza y Emma se queda dormida, el viaje es largo, tal vez sueña con su familia o siente la vibración que significa haber pertenecido a un país catalogado como el más rico de Latinoamérica, en el que dejo a sus seres queridos, sin pagar los servicios y el que era un sitio atractivo para los países vecinos.

El bloqueo económico, los bajos precios del petróleo son realidades, los centros de abastecimiento han quedado con escasos víveres y ellas sigue pensando, que buscando trabajo en otro país, podrán enviar dinero a su familia, ya que el tipo de cambio les favorece. Mi viaje está a punto de terminar, trato de despedirme, pero Emma, esta tan profunda que prefiero no hacerlo, mañana despertará en otra nación ajena.