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Se cierra con éxito la XIV versión de este importante evento de la ciudad blanca. De ahora en adelante, los esfuerzos se concentrarán en organizar y servir la mesa para lo que serán los 15 años del festival de gastronomía más importante del país.
Por: Guillermo Alberto González Mosquera
Especial para El Nuevo Liberal
Cada año al término de un nuevo congreso, la junta directiva de la Corporación Gastronómica de Popayán se reúne para hacer un balance de lo acontecido: los logros y las fallas, pero sobre todo el impacto, primero sobre la gastronomía como un todo y luego sobre la economía de la región. Organizar un certamen de esta naturaleza implica manejar una serie de variables de las que dependen en buena parte los resultados de éxito o fracaso. Los pequeños detalles que se vuelven importantes cuando se deben tomar decisiones, y sobre todo por tener que lidiar con el público que es caprichoso y tiene intereses distintos a los que rigen la acción de los directivos.
El Congreso ha venido tomando forma y se le han introducido modificaciones sustantivas que lo han vuelto complejo y difícil de manejar. Las cifras son dicientes: de un festival de 350 personas en el año 2002 se han pasado a tener 650 inscritos en el segmento cerrado, además de reunir un poco más de 30.000 personas en el Recinto Ferial del Parque de Caldas, que durante cuatro días circulan por stands y tascas, buscando platos diversos y escuchando conferencias en recintos cuidadosamente pensados para que resulten amables y acogedores.
Los talleres y catas se vuelven atractivos para quienes buscan aprender más sobre la culinaria de un país o de una región, sus costumbres alimenticias y sus atracciones para quienes los visitan. Todo esto, abigarrado en recintos de alcurnia diferente, hace que el Congreso de Popayán se vuelva un evento de ciudad, con condiciones hasta mágicas porque transforman una realidad local dolorosa en un escape hacia distintas formas efímeras y pasajeras para el deleite de los sentidos.
Se debe tener en cuenta que sus costos son altos y que este episodio debe realizarse en una región pobre, con muy escasas empresas decididas a participar y que todavía no muestran la solidaridad necesaria para entender que se trata de una tarea cívica que le reporta beneficios a la comunidad, empezando por la recuperación del buen nombre de Popayán, enredado ante el país con problemas de narcotráfico, violencia y con desesperanzas acumuladas por muchos años de frustración. Es algo que no puede superarse sino mediante el voluntarismo de una serie de personas que hacen a un lado sus particulares intereses y se dedican a servir a la ciudad, así ella no los entienda completamente. Si el grupo directivo fuera pago, estoy seguro, no se lograrían los resultados que han terminado por posicionar al Congreso de Popayán como el primero y más importante de su género en Colombia.
En el 2005 se produjo un hecho que de no haber sucedido, habría terminado por sepultar el certamen: la UNESCO decidió crear una red global de ciudades creativas y en la categoría de gastronomía seleccionó a Popayán como la primera “ciudad de la gastronomía” en el mundo. El efecto de esta escogencia tuvo que ver con la celebración anual del Congreso, que lo catapultó y terminó dando el ánimo que requerían sus directivos para hacerlo perdurar. El título obliga a la ciudad a realizar eventos periódicos en favor de este arte de los fogones, que impliquen creatividad y progreso continuado so pena de perder lo ya obtenido, lo que devendría en desprestigio para la ciudad y pérdida de lo alcanzado con tanto esfuerzo y abnegación.
El sinnúmero de eventos del mismo género en Colombia -la mayoría pasajeros y copiados del que hace Popayán- poco estimula la asistencia de inscritos locales que, sin mayor argumento de razón, ceden sus puestos a los foráneos o a estudiantes de escuelas de gastronomía que han terminado por convertirse en la mayoría del Congreso. En buena hora los directivos conceden una tarifa especial a estos estudiantes que hoy acuden en forma masiva, procedentes de todos los rincones de Colombia.
Se conserva también el carácter académico del evento, algo que quisieron imprimirle desde un principio sus fundadores y que lo diferencia de los demás que se organizan a lo largo de la geografía nacional y que más temprano que tarde se esfuman en el tiempo. Las conferencias corren a cargo de figuras que imprimen seriedad y prestigio a las exposiciones; lo mismo que los talleres y catas que generalmente se copan en los días previos a la imponente ceremonia de inauguración.
Si bien la experiencia ha sido fundamental para la organización del Congreso, se sigue con las mismas líneas básicas de sus eventos iniciales, procurando que cada año se introduzcan modificaciones en procura de debatir la coyuntura nacional. Este año el candente asunto de la paz -que ocupa la atención nacional y extranjera- se trató en un foro de especialistas cuyas conclusiones dieron de qué hablar entre los asistentes, hubo debate, aportes y la propuesta de la construcción de paz alrededor de los fogones. Lo propio sucede con temas como el de la felicidad expuesto por una especialista que explora “lo que dice su recetario sobre la felicidad” todo en un país que se reporta como el segundo más feliz del planeta.
El Ministerio de Cultura ha atendido el clamor por abrir estos espacios, lo mismo que la Gobernación del Cauca y la Alcaldía de Popayán que no han sido avaras para respaldar un evento que primordialmente sirve a los más altos intereses de la comarca. Ya se han acumulado suficientes motivos para pensar que con esfuerzos imaginativos pueden hallarse caminos para encontrar la anhelada paz.
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