Por Héctor Riveros
Nada que hacer, dentro de treinta o cuarenta años en los textos de historia de educación primaria y media y en las facultades de ciencias sociales se dirá que en el 2016 se cerró una época de la historia de Colombia, la del conflicto armado con la guerrilla, y que el artífice de ese logro fue Juan Manuel Santos.
Será un logro equivalente a la reforma constitucional de 1936 conocida como la Revolución en marcha de López Pumarejo, o al pacto del Frente Nacional que se le atribuye especialmente a Alberto Lleras, aunque también lo pactó Laureano Gómez, o al proceso constituyente de 1991 que lideró César Gaviria. Son los hitos de los últimos cien años, los demás son –digamos- logros intermedios de los que no se habla o se habla poco.
Claro, en un libro especializado es seguro que se dirá que el logro de Santos estuvo precedido por una dura confrontación que, por medios legales e ilegales, logró la derrota militar de la guerrilla y que esa fase se llevó a cabo durante el gobierno de un señor que se llamaba Álvaro Uribe Vélez. Será solo un dato adicional, de contexto, en el que se agregará que Santos fue también Ministro de Defensa de ese gobierno.
Siempre he creído que la competencia por ese puesto en la historia ha sido la principal motivación de la disputa política actual. Uribe no piensa lo que dice, siempre estuvo dispuesto a dar más impunidad y más representación política a los miembros de las Farc que lo que se concedió en el acuerdo de La Habana (¿De Bogotá?, ¿De Cartagena? ¿Qué dirán los libros de historia?)
Si la controversia no es de principios es entonces de vanidad histórica y está resuelta en favor de Santos. La firma del nuevo acuerdo es definitiva. Finalmente, la próxima semana será el día D y comenzará el desarme de las Farc. No hay marcha atrás. Podrá haber toda la controversia jurídica y política que se quiera y habrá todas las dificultades imaginables en el “papeleo” pero el conflicto con las Farc habrá terminado.
En la vía Panamericana, entre Cali y Popayán, por poner un ejemplo cualquiera, no habrá más atentados de las Farc. Claro, podrá haber hechos violentos atribuibles a otros de los muchos grupos armados que subsistirán en Colombia, pero no serán de esa guerrilla.
La firma del nuevo acuerdo entre Santos y Timochenko produce automáticamente un logro enorme, el que se aplazó el dos de octubre por el resultado del plebiscito, que es el fin de las Farc. Hay centenares de miles de personas a las que les cambia la vida radicalmente. Ya no tendrán que vivir con la zozobra permanente de los combates, los bombardeos, la extorsión y la arbitrariedad permanente de quien ilegalmente ostenta un arma.
A esos millones de colombianos, que votaron masivamente por el SI, les bajaron el arma de la cabeza desde el 20 de Julio del 2015 cuando las Farc decretaron un cese del fuego y eso les ha permitido volver a mandar sus hijos a la escuela, o –según dijo el Ministro de Agricultura- volver a sembrar en zonas abandonadas por la violencia, o recibir turistas en cascadas prohibidas por la guerra.
En medio de la controversia sobre los términos del acuerdo, del deseo de mostrar que lo que se convino no es solo el desarme de las Farc y por respetar al interlocutor en la mesa, el Gobierno ha dejado de destacar el primer y gran logro de la negociación: que no habrá más Farc, que es lo que dirán los libros de historia dentro de cuarenta años. Por la motivación que quiera, habrá que reconocer que Santos siempre tuvo la idea fija de acabar con el conflicto. Tuvo la audacia de asumir el riesgo, identificó en forma correcta los actores relevantes, armó un equipo impecable para conducir la negociación, tomó las decisiones que resultaron ser las correctas en los momentos más críticos y se valió de su historia personal e incluso de sus defectos, como lo señaló La Silla, para conseguir lo que consiguió y que será lo que los libros de historia destacarán dentro de 40 años.
Santos logró derrotar a sus opositores, aún después de que lo habían derrotado en las urnas y aún si en el 2018 logran la Presidencia. Pactar con la guerrilla más antigua del continente la terminación de un conflicto largo y cruento y de paso remover uno de los mayores obstáculos para el desarrollo del país es un hecho de dimensiones históricas.
Si en la próxima contienda electoral triunfan los sectores que se han opuesto a la negociación con las Farc ya no podrán evitar que esa guerrilla se acabe, para entonces se habrá desarmado y estará en su proceso de reincorporación a la vida civil, podrán –eso sí- ocasionar nuevas violencias que abran nuevos capítulos de nuestra historia cruenta, pero éste está cerrado y lo cerró Santos.
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