FRANKLIN MOSQUERA PIZO
Profesor de la Universidad del Cauca
El acelerado desarrollo tecnológico, acompasado con la aparición del internet, ha permeado la vida de la gran mayoría de la población mundial, excepcionalmente con la realidad actual se encontrará alguien que no use un dispositivo electrónico para acceder o enviar información. La pandemia y especialmente las medidas adoptadas por las autoridades para contrarrestar el Covid-19 a nivel global, hizo que proliferara aún más el uso de los medios informáticos y plataformas electrónicas que, en gran medida, han permitido dar continuidad a un sinnúmero de actividades individuales, colectivas, organizacionales y empresariales.
Es en esta coyuntura, cuando el sistema económico hegemónico siempre ha sido proactivo en cuanto a multiplicar el capital se refiere, ha encontrado en la tecnología e informática un camino expedito para desplegar toda una estrategia poderosa que le permita cumplir sus propósitos a costa de trasgredir la dignidad humana. Ya desde hace un tiempo atrás, y así como lo ha venido realizando desde su origen, el capitalismo se transforma y muta en nuevas facetas con el propósito de beneficiar a las grandes empresas multinacionales, al mercantilismo, al capitalismo industrial, al financiero y, en la actualidad, hace presencia lo que Sushana Zuboff denomina: “El capitalismo de vigilancia” que consiste en obtener información de cada individuo en el planeta, predecir las acciones y/o modificar el comportamiento de los usuarios y consumidores en el mundo real con el único fin de beneficiar a las empresas, cada click o “like” que una persona realiza en su computadora es un insumo importante para crear datos y elaborar perfiles que permiten predecir comportamientos futuros y manipular la conducta de millones de personas, hasta el punto de tener la capacidad de incidir en los resultados electorales de una nación a partir de dicha manipulación. No es en vano que las grandes empresas propietarias de las redes sociales, hoy en día, sean las más atractivas del mundo y mejor valorizadas en la bolsa de acciones.
Esta innovadora y sofisticada faceta del modelo capitalista devela una vez más el desestimado rol del ser humano en este sistema, que lo convierte en su instrumento o medio para lograr sus fines fundamentales del mismo, de hecho, lo convierte en producto o insumo para todas las empresas e industrias enmarcadas en dicho modelo.
Frente a estas perspectivas, es imperativo defender nuestra autonomía humana y soberanía individual, la necesidad de preservar el poder de decisión, a ser consultados y a tener derecho a la privacidad, es necesario resignificar al ser humano como centro de la economía, pero también repensar qué economía nos permitirá construir nuevos caminos para afrontar el futuro; lo seguro es que esta deberá estar cimentada en una sociedad diferente basada en valores que privilegien la igualdad de oportunidades, la justicia, la democracia, la sostenibilidad y el respeto por los demás. En este sentido, si se piensa en una nueva economía se debe pensar en cómo construir empresas diferentes cuyo eje central sean las personas y su bienestar, que propongan un crecimiento sostenible, con responsabilidad social, inclusivas, generadoras de desarrollo local y respetuosas de la ética empresarial.
Este tiempo de pandemia ha sido un buen momento para comprender que somos una sociedad con una capacidad inmensa de adaptarnos a situaciones adversas, que hay un gran poder de resiliencia tanto individual como grupal y que existe voluntad y conciencia colectiva, con seguridad se avecinan vientos de cambio en lo económico, en lo político y en lo ambiental y como sujetos tenemos el poder de transformación desde la cooperación, la solidaridad, la colaboración y la unidad en la diversidad.