MARCO ANTONIO VALENCIA
El 31 de octubre de cada año, el cabildo mayor de Guambia convoca a los cabildos de tierra fría y de tierra caliente a su territorio para hacer un gran intercambio de frutos y animales de finca.
En las escuelas, los niños, durante todo el año, siembran, cultivan, cosechan y llevan los alimentos al trueque. Dentro de la tradición y las costumbres de los misak, como se hacen llamar ahora, ese día es Nochevieja.
En la tarde, cuando cae el sol y llegan a sus casas, los integrantes de la comunidad organizan una minga familiar: prenden el fogón, ponen todo lo obtenido sobre una mesa y escriben en una hoja de papel los nombres de los fallecidos de la familia que aún perduran en su recuerdo. Luego, encienden una vela y oran, rezan, cantan y hablan de ellos hasta medianoche, con el fin de que los menores de edad entiendan que la vida termina cuando ya nadie dice sus nombres.
Mientras narran historias y chistes de los difuntos, todos los presentes hacen minga para cocinar los amasijos, fritos, sopas y el chirrinchi. Una vez todo ha sido preparado, se van a dormir, dejando la comida servida y la puerta de la cocina abierta para que los espíritus de los muertos vengan a deleitarse con las ofrendas.
Al otro día, el primero de noviembre —día uno del nuevo año misak—, algunas familias comienzan a recorrer la vereda con una olla de chocolate y rosquillas. De esta manera, les ofrecen desayuno a sus vecinos y reciben de ellos frutas y verduras para llevar a casa. Ese día se palabrean agendas de mingas para labores en huertas y construcciones de casas.
En otros tiempos, las primeras semanas de noviembre eran días de un carnaval que llamaban “El baile de las mojigangas”. Al caer la noche, unos peregrinos vestidos de forma estrafalaria, con pelucas, tocados o máscaras, ingresaban a las casas familiares para divertir y armar la fiesta. Al mismo tiempo, una suerte de travestidos bullosos interpretaban monólogos cómicos e imitaciones extravagantes hasta matar de risa a los asistentes. Y a la gente le gustaba atender a las mojigangas en su casa, porque era un rito de buena suerte y presagiaba cosechas alegres todo el año.
Cuando de la broma simple se pasaba a las burlas agresivas, por culpa del chirrinchi, las mujeres y los niños se iban a dormir, mientras que los varones bailaban con las mojigangas. Era una danza de máscaras donde los hombres bailoteaban hasta el amanecer con otros hombres, travestidos de mujeres rubias, con pestañas largas y labios rojos, a quienes bataneaban en ludibrio pertinaz en medio de la risa por su fealdad de mujeres postizas.
¡Pero todo eso se perdió! Resulta que un día la Constitución Nacional de 1991 aprobó la libertad de cultos… y los resguardos indígenas se llenaron de iglesias religiosas de todos los colores que, para someterlos de nuevo, comenzaron a prohibir las tradiciones, las costumbres, los ritos, las fiestas, la risa, lo cómico y, claro, los bailes de las mojigangas.
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