“Yo nací en esta ribera del Arauca vibrador”, dice la letra de ‘Alma llanera’, el corrido de Pedro Elías Gutiérrez, que en las tardes de los jueves caraqueños saludaba la estatua de Bolívar en la plaza que lleva su nombre bajo la batuta del viejo director de la Orquesta de la Policía Nacional. Eran los tiempos gentiles de los Edecanes del Libertador, eméritos y añosos ciudadanos que nos contaban las historias del Miraflores de misia Jacinta y las correrías de Nereo Piedrahita, el torturador oficial de Juan Vicente Gómez, quien al compás del arpa y vestido de impecable liqui liqui, descoyuntaba hasta la muerte a los presos políticos del dictador en las celdas espeluznantes de la cárcel de La Rotunda.
Por ahí circulan todavía los volúmenes testimoniales de José Rafael Pocaterra, de Antonio Arráiz o de Andrés Eloy Blanco, clásicos de la llamada Literatura Carcelaria Venezolana, escrita en las paredes y los sótanos de esa prisión que por más de 25 años condenó a Venezuela al abandono y la barbarie.
Desde entonces, el río Guaire, que atraviesa la parte vieja de la ciudad, ha recorrido muchas leguas, el cerro de El Ávila, esa masa granítica que separa el valle del mar, sigue sirviendo de respiradero para los calcinantes agostos caraqueños y el ‘Alma Llanera’, segundo himno nacional de Venezuela, termómetro de sus tripas y su corazón y orgullo de jóvenes y viejos, trae de nuevo el eco de la tierra araucana. Pero ahora no son “la espuma, las garzas y las flores” de su entorno ni “El alma rumorosa del cristal” que se miraba en la cordialidad de sus riberas. Ahora, perdido el ritmo que caracteriza la música de esa región donde el llano colombo-venezolano parece proclamar nobleza y brío, una ola de irrespeto e ignorancia que raya en lo delincuencial, se abate sobre ese territorio y nos salpica gravemente.
La absurda invasión de tropa venezolana a territorio colombiano que en palabras de su jefe “cumplía órdenes superiores”, con permanencia de tres días, y las declaraciones de Deicy Rodríguez, la ignara canciller de ese país, que toma el volumen y el rumbo de las aguas del río como argumento justificador de los desmanes de Maduro y su combo, dan fe de la calaña que desgobierna a Venezuela.
Ignoro los entresijos diplomáticos que deben transitarse en este caso. Según los entendidos, el reclamo de Santos a su colega venezolano y la posterior retirada de sus tropas, fue la manera más civilizada de sortear el peligro. Pero sucede que más allá de las orillas del Arauca, no hay ni la más insignificante partícula de sindéresis o conocimiento de convivencia civilizada. El gruñido y la amenaza reemplazaron a las palabras y así es muy difícil dialogar.
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