Andrés Mauricio Muñoz (Popayán, 1974) ha publicado los libros de cuentos Desasosiegos menores y Un lugar para que rece Adela. Su más reciente obra es El último donjuán, novela publicada por el sello editorial Seix Barral. Muñoz ha sido escritor invitado a talleres de escritura creativa en diferentes rincones del país y en la actualidad prepara un tercer libro de relatos.
Por Ángel Castaño Guzmán
El narrador Andrés Mauricio Muñoz, a punta de trabajo y disciplina, ha logrado posicionarse como uno de los más interesantes autores colombianos emergentes. A propósito de El último donjuán, su más reciente libro, dialogué con él.
En su novela el autor caucano presenta una serie de historias entroncada en la búsqueda del amor y en las penalidades de la apatía sentimental. Muñoz, apenas mostrándolo de cuerpo entero por breves momentos pero haciéndolo presente a la manera de los fantasmas o de los contertulios del Messenger, hizo de Juan XXI un pillo de primera línea.
Antes se le conocía a usted como cuentista. Después de escribir la novela, ¿qué diferencias y similitudes encontró entre ambas escrituras y narrativas?
Para mí el cuento es un género que me apasiona; sin embargo, no suelo pensar de manera previa en qué es lo que quiero escribir, si una novela o un cuento. Pienso, sí, en una idea que me cautiva, algún matiz del hombre que me interesa explorar, una imagen que se queda dando vueltas dentro de mi cabeza, un concepto sobre el cual poner mi mirada de narrador. Pero pasa que antes todas esas inquietudes quedaban volcadas en cuentos, o en proyectos narrativos que terminaban articulándose a una misma idea y convertía después en libros de cuento. En este caso de mi novela, El último donjuán, relacionada con el amor en tiempos de internet, sentí que era algo que debería abordar desde diferentes flancos, con una estructura fragmentaria pero que conservara mucha cohesión, que llevara al lector hacia un punto en el que finalmente todo confluía, para poner un poco de luz a las sombras que iban quedando en el camino. Entonces fue así como surgió la novela. Pero sigo trabajando cuentos, claro.
¿Cuál es el origen de El último donjuán? ¿De dónde vino la idea?
El último donjuán surgió de mi arribo tardío al mundo del Messenger. En ese momento me deslumbró conocer todas las posibilidades que se le presentaban a alguien por el solo hecho de contar con una conexión a internet, me cautivó esa puerta que se abría para mostrarme un universo que había permanecido oculto, como si de un momento a otro se desvanecieran las fronteras. Entonces comenzó a darme vueltas dentro de la cabeza la idea de explorar, desde una perspectiva narrativa, cómo la irrupción de esa virtualidad entraba a trastocar la forma en que los seres humanos nos relacionábamos, cómo se configuraba un nuevo orden alrededor de aquello tan etéreo como el amor. Estamos hablando de comienzos de este siglo. Detrás de cada monitor había, finalmente, un hombre con todos sus agobios, temores y anhelos, pero con un nuevo horizonte que se le insinuaba para darle la cara a la posibilidad de amar de una manera diferente. Es ahí donde decidí embarcarme en un proyecto bastante ambicioso, un desafío que suponía para mí una inmersión total. Pero aun así la materialización tomó bastante tiempo, porque no me resultaba claro cómo abordarlo hablando en términos literarios, así que tuve que esperar a que se decantara un poco la idea y poco a poco fuera tomando forma.
¿Cuál fue la rutina para escribir la novela? ¿En qué momento del día escribe usted y qué ritual tiene para hacerlo?
La rutina es la misma a la que me aferré desde hace más de doce años, que no es otra que trabajar todos los días con disciplina y rigor. Creo muy poco en asuntos relativos a la inspiración, a la visita de las musas, a ese esperar una conjunción de elementos que propicien una atmósfera para la creación; en mi caso lo que sucede es que me obsesiono por completo en aquello en lo que estoy trabajando, hasta el punto de convivir con mis personajes en todo momento. En este caso, que supuso un proyecto narrativo de largo aliento, lo que sucedió es que aquellos personajes abrumados por los devaneos del amor al otro lado de la pantalla, terminaron demandando de mí todas mis energías. Así que más que ritual lo que hubo ahí fue una lucha de supervivencia de la que finalmente resultó esta novela.
¿Cuáles han sido los libros y los autores importantes en su formación como narrador?
En términos generales los escritores a los que suelo volver son los cuentistas Julio Ramón Ribeyro, Raymond Carver y Alice Munro. También fue vital para mí leer los cuentos de Felisberto Hernández. En general siento que todo me ha nutrido; no solo la lectura de clásicos, sino también el hecho de estar pendiente del trabajo que hacen los contemporáneos, como Yuri Herrera, Guadalupe Nettel, Samantha Schweblin, Mariana Enríquez, Leonardo Padura o el novelista español Javier Cercas. También leo a escritores colombianos, muchos y de diversas generaciones; no se trata de quedarse con los nombres que todos conocemos, sino de meter la cabeza, hurgar, saber en lo que están trabajando las nuevas voces.
Háblenos de los proyectos literarios que tiene entre manos
Estoy trabajando en un nuevo libro de cuentos, que espero finalizar para comienzos del próximo año, relacionado con la impotencia, con esos momentos de la vida en que creemos que lo mejor sea bajar los brazos en señal de rendición, o esperar a que una fuerza superior se apiade de nosotros. Como bien sabes, siempre me gusta trabajar mis cuentos alrededor de un concepto. Primero fue el desasosiego, en mi primer libro, Desasosiegos menores; después vino Un lugar para que rece Adela, cuentos de despojo, que abordó esos despojos cotidianos a los que nos somete la vida. Ahora quise hablar de la impotencia, porque siento que esos momentos en que parece que nada ni nadie va a venir a secundarnos, define muy bien cómo es nuestro tránsito por este mundo, a qué fue que nos mandaron.
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