El alma al diablo

MARCO ANTONIO VALENCIA CALLE

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La ambición por el poder, el dinero, la fama o el amor, nos hacen invocar al diablo y entregarle lo mejor de nosotros: nuestra esencia, lo que somos, la dignidad, o incluso eso que llaman alma. Y del tema nos pueden hablar los políticos, los periodistas, los contratistas del Estado, o esos funcionarios (y funcionarias) nombrados por arte de magia, en cargos para los que no están facultados.

Es una historia vieja, le ocurrió por ejemplo, al doctor Fausto, un erudito y sabio hombre que al no encontrar consuelo en nada de lo creado o estudiado por los hombres; y aburrido de toda esa vida sin emociones de la cotidianidad, piensa en suicidarse, pero antes experimenta venderle su alma diablo. Así lo cuenta Marlowe, así lo cuenta Goethe, en brillantes obras literarias. E historias similares se escuchan en la tradición oral del valle del Patía, cuando el negro Sinforoso se empautó con el diablo.

El doctor Fausto, en el colmo de la arrogancia y de la ambición, que son las dos cualidades necesarias para llamar al diablo, quiere ver y conocer el infierno, y es allí cuando Mefistófeles le cuenta que no es un lugar concreto, que el infierno está en todas partes, que donde haya un alma privada de Dios, allí está el infierno.

Los escritores Alessandro Baricco y Huraki Murakami, coinciden en afirmar que para tener éxito es necesario la arrogancia pura y dura. Ronald Reagan, sin ser recordado por su especial sabiduría, pero al fin y al cabo ex presidente de Estados Unidos, decía que podía predecir los conflictos del mundo por el largo y ancho de las ambiciones de sus mandatarios. Aunque uno podría colegir que para ser mandatario la ambición debe ser parte de su investidura. Como sea, en la arrogancia y en la ambición, esta la fuerza para llamar a Dios o al Diablo.

promo-portalQuienes escogen a Dios suelen caer en la trampa de confundir humildad con pobreza y torpeza. Quienes escogen al Diablo, quieren tener más de lo que se les ha prometido.

En el mundo de los negocios y de la política se mueven muchos intereses por debajo de la mesa. Y muchos de sus protagonistas para destacar deben moverse en lagos pantanosos y complejos, que requieren, o las bendiciones de Dios, o el apoyo del Diablo. Pactos y respaldos que tienen un precio, y que en sí mismos, encierran una deuda.

A los políticos y periodistas que hoy le venden el alma al diablo, con arrogancia, ambición y vanidad, habría que recordar las leyendas de Ícaro y de Icario. Al primero, para escapar del laberinto donde está prisionero su padre le construye un par de alas, y le aconseja no acercarse al sol. Pero Ícaro, con arrogancia, desobedece, las alas se derriten, y el infeliz se mata.

La historia de Icario es más triste aún. Era un tipo tan buena gente, que Dioniso agradecido por su hospitalidad le enseño a cultivar la vid y hacer vino, advirtiéndole del peligro de la mucha ingesta; Cuando Icario tiene la primera cosecha de vino, con la ambición de ganarse la amistad de todo el mundo, invita a todos los aldeanos a celebrar, que embriagados por primera vez, sin conocer los efectos de la bebida, y creyéndose envenenados, borrachos, matan a su anfitrión.

Arrogancia y ambición no son pecados en sí mismo porque son hasta necesarios para el triunfo de una persona en éste mundo espeso y agrio. Pero venderle el alma al Diablo, eso es otra cosa, porque tarde o temprano se corre el velo y el Diablo, o Dios, se comienzan a cobrar…