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Las dantescas imágenes registradas en un barrio de la Comuna 7, y que se volvieron virales desde comienzos de la presente semana, donde se observa a un grupo de jóvenes literalmente acuartelados al interior de una vivienda para intentar sacudirse del cerco que le ejerce un grupo de policías, deberían de estar generando algún tipo de reacción entre las autoridades, tanto policiales como gubernamentales.
El génesis de estos dos minutos de intensos video fue la intervención policial luego que vecinos de la zona llamaran a la institución para que controlaran una riña al interior de una fiesta en un predio cercano. Desde ese momento son varias las versiones que surgieron sobre el comienzo de una asonada contra la fuerza pública: qué hubo exceso de fuerza, que una pandilla de la zona intervino, que varias personas en alto estado de ebriedad la emprendieron contra los uniformados o que se trataba de una pelea era entre miembros de dos familias de la zona…
Lo cierto de todo es que el operativo policial se salió de control, a tal grado que fue necesaria la intervención de un piquete de militares del batallón de servicios 29 para retomar la calma a esta abandonada zona del suroccidente de la capital caucana.
Infortunadamente las causas que degeneraron en este episodio que sacudió el orden público el pasado fin de semana con puente festivo, se repiten, con menos intensidad eso sí, de forma constante en nuestra capital. Ya son varios los registros en varios puntos de la geografía payanesa en donde se conoce de riñas en cantidad que se disparan por el alto consumo de licor o de sustancias alucinógenas. El reporte de la Policía establece que en un solo fin de semana se registra 264 peleas callejeras, cifra que puede ser mayor, porque algunos casos no son reportador por la ciudadanía.
Infortunadamente, situaciones de este tipo podrían pasar de las palabras a los hechos, tal como paso el fin de semana anterior, donde el caldeado ambiente terminó en una batalla campal que dejó varios heridos entre policías y ciudadanos.
Infortunadamente, casos de este tipo se presentan casi a diario. Para las autoridades, la intolerancia es la causa más común de las riñas callejeras en nuestra ciudad, las cuales se presentan sobre todo, cuando se desarrollan eventos comunitarios y festivos en el que también circula el licor.
Sucesos como el comentado dejan entrever una característica de muchos ciudadanos que creen que las diferencias que surjan en los actos más sencillos de la vida en comunidad pueden ser resueltos a través de actitudes agresivas y el uso de medios violentos. Es cuestión de saber convivir y así evitar esas peligrosas riñas callejeras que conllevan a intervenciones policiales que terminan fuera de control.
En nuestro comportamiento social está presente -con gran frecuencia- la intolerancia, las ofensas, las provocaciones y muchas otras formas de violencia, ya sea en forma contenida o expresa. Ello ocurre en episodios familiares, ora entre vecinos, o en las más diversas expresiones de la vida en comunidad.
El crecimiento de la ciudad más importante para el Cauca, en especial en su periferia y las dificultades que a ello trae la informalidad en la economía, en la vida en sociedad, la dura lucha por las insuficientes oportunidades que hay para surgir, hacen que se multipliquen la irascibilidad, los conflictos interpersonales, las agresiones, los atropellos, las actitudes rudas, la virulencia. Los resultados saltan a la vista en el número de riñas, de actos de maltrato, de hechos de sangre, de lesiones personales, etc.
A diario y por doquier la nota predominante es la falta de cultura ciudadana que aflora en los actos más rutinarios que llevan a cabo quienes viven en Popayán. Tal actitud social reclama, con urgencia, más acción educativa de las autoridades municipales pues ello solo puede ser combatido eficaz y atinadamente con gran cantidad de cultura colectiva, la que se logra con lecciones permanentes de tolerancia social.
La cultura de los ciudadanos que se promueva tiene que ir más allá de campañas citadinas. El asunto es de más fondo. El desorden que ha llegado con nuestro crecimiento, por lo que se le exige de las autoridades municipales prioritarios deberes y empeños en la educación ciudadana para luchar eficazmente contra la rudeza e irascibilidad colectiva en vista de que pueden llevarnos a picos más altos de violencia social cotidiana.
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