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Las evidencias científicas son contundentes: la leche materna humana proporciona gratuita y abundantemente toda la energía y los nutrientes que necesitan los niños para crecer, potencializando el desarrollo cognitivo y sensorial, y actuando como escudo contra casi todas las enfermedades que acechan a los menores.
En la edición de ayer en nuestra sección de Salud, donde hicimos referencia a la semana mundial de la lactancia materna, pudimos conocer que el sistema inmunológico del niño es estimulado selectivamente con las primeras gotas del calostro, catalogado por los expertos como una megavacuna, la cual le permite sobrevivir aun en las peores situaciones e incluso prevenir y curar enfermedades, actuando de manera efectiva contra virus, bacterias, hongos, células cancerosas y, como si fuera poco, hoy se sabe que, cuando una madre amamanta a su hijo por el tiempo mínimo de dos años, las posibilidades de cáncer, hipertensión, diabetes, obesidad, depresión, entre muchas otras, se reducen considerablemente.
La leche materna es entonces un alimento insustituible que contiene factores estimulantes de la inteligencia y la creatividad del ser humano, fortaleciendo los vínculos afectivos con su madre y el resto de la familia. Algunos creyentes se atreven a llamarla un “milagro de Dios” y los escépticos la bautizan como un “portento de la naturaleza”, muy distante de la leche de fórmula con la que se intenta sustituir desde que se desarrollaron los primeros alimentos para lactantes basados en la leche de vaca.
Desde entonces, la poderosísima industria transnacional de las leches enlatadas, utilizando fuertes estrategias comerciales, desplazaron la lactancia natural.
En Colombia, muy a pesar de que el Gobierno nacional a través de varias campañas ha tratado de promoverla, como el plan decenal de lactancia materna del Ministerio de Salud, el negocio de la leche de vaca enlatada la hace ver como un saludo a la bandera.
Según Save the Children, las grandes compañías de esta industria destinan más de 5.600 millones de euros cada año para promocionar sus productos, mientras que un informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS) indica que “los gobiernos de los países de ingresos bajos y medianos gastan aproximadamente 250 millones de dólares en programas de lactancia materna”. Es una cantidad irrisoria ante las agresivas actividades de marketing de las compañías de fórmula.
Las madres colombianas están dejando de lactar a sus bebés, pues más de la mitad no reciben leche materna, eso se vio en la Tercera Encuesta Nacional de la Situación Nutricional (Ensin)-2015: en 2005, la lactancia materna exclusiva en menores de 6 meses era del 46,9 %, y en 2015 bajó al 36,1, es decir, se redujo en un 10,8 % de niños.
Y para rematar, recientemente el presidente Donald Trump intentó frenar la iniciativa de algunos países para que la OMS expidiera una resolución de apoyo a la lactancia materna, asumiendo que, de esta manera, se atentaba contra los intereses económicos del negocio de las empresas fabricantes de alimentos sustitutos de la leche materna, una industria que mueve más de US$70.000 millones al año. ¡Lamentable!
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