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Cuando un hombre, cegado por la obsesión y por los celos, agrede brutalmente a una mujer que no quiere nada con él, o la asesina cruelmente, el problema deja de ser asunto de pareja para volverse un padecimiento colectivo, un trastorno social.
En los primeros seis meses del presente año, se han registrado 32 asesinatos de mujeres, 9 de estos casos ya comprobados, cuya autoría fue la pareja o expareja de la víctima y 9 más cuyo sospechoso principal es el compañero o excompañero sentimental de la agredida mortalmente. Los otros casos tienen tintes de violencia física, abandono, abuso sexual, violencia sicológica, que también son formas de agresión que están recibiendo las mujeres en nuestra comarca.
Apenas este año, se han registrado más de 40 casos de golpes y agresiones violentas contra mujeres, que dejaron a las víctimas con heridas graves. Pero lo grave de todo es que se calcula que los casos que no se denuncian podrían ser el doble.
Cuando hechos como estos se vuelven más frecuentes y más brutales, es el síntoma inequívoco de que la sociedad está padeciendo una grave enfermedad moral y emocional, que convierte paradigmas enraizados de machismo y orgullo viril en una obsesión controladora que se manifiesta en la violencia.
En esta sociedad enferma, las mujeres entre los 20 y 29 años están denunciando cada vez más agresiones de sus parejas. Establecen relaciones insanas con gente enferma que no ha podido comprender que nadie es dueño de nadie.
Estos apegos obsesivos, que debido a los esquemas sociales machistas se manifiestan más en los hombres, no son muestras de amor, sino del trastorno que sufren las personas posesivas y controladoras, que se vuelven peligrosas cuando la víctima comienza a contrariar sus caprichos o exigencias.
El problema es que muchas veces las mujeres están enredadas en una telaraña de presiones emocionales que les impide ver la verdadera naturaleza del “amor” de su pareja, hasta cuando ya es muy tarde.
Los hombres obsesivos, controladores y celosos al extremo padecen de un trastorno mental grave que no puede justificarse con argumentos compasivos.
Aquí pierde toda validez ese refrán tan repetido que dice que “entre marido y mujer nadie se debe meter”, pues son los padres, familiares cercanos o amigos de las víctimas quienes mejor pueden darse cuenta de la obsesión agresiva que las amenaza y que con su afecto y franqueza pueden desactivar.
Los padres, sobre todo, no pueden abandonar su tarea de proteger y orientar a sus hijas jóvenes.
Es preciso también que las autoridades y las entidades que se ocupan de la familia y la mujer fortalezcan y extiendan su función orientadora y protectora, evitando el camino fácil de desestimar las denuncias de las mujeres y creer con todo se arregla con campañas.
Para que esto sirva realmente como disuasión a quienes pretendan hacer a las mujeres víctimas de la violencia o los malos tratos, debe ser conocida suficientemente por la sociedad y por las autoridades judiciales que deben ser drásticas en aplicarla.
No bastan las marchas, ni las frases de concientización, se requiere además, la actitud vigilante y de cero tolerancia con estos comportamientos criminales.
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