El proceso electoral en Estados Unidos, país que precia de ser potencia económica y tener la democracia más consolidada, tuvo al mundo en vilo, en la jornada de conteo de votos para decidir sobre su futuro en los cuatro próximos años, no por lo reñida, lo cual es propio de una elección, sino por los altos niveles de polarización que vive esta nación, desde la llegada del ultraderechista Donald Trump a la presidencia, ante la ‘laboriosa’ y calculada acción iniciada por él, meses atrás, ante la eventual derrota que se presagiaba, manifestando que estas elecciones le iban a ser robadas y durante el conteo no hizo, y aún lo sigue haciendo, otra cosa que lanzar un manto de dudas contra todo aquello que no fuera lo que él y sus acólitos querían o quieren escuchar, en donde no cabe la idea de haber perdido, en un franco proceso democrático de cara a todo el mundo.
Trump, magnate ‘brillante’, astuto y polémico evasor fiscal, con una flagrante carencia de formación política y de incapacidad para el manejo diplomático de los grandes temas nacionales e internacionales, aunado al desconocimiento palmario del mundo global, de sus problemas prioritarios, complejidades y potencialidades, bajo la falacia de volver a hacer grande a los Estados Unidos en la geopolítica mundial, lo cual, durante su mandato, se fue destiñendo con mayor intensidad por sus actitudes arrogantes, xenofóbicas, altaneras, groseras, mentirosas y falsas, su mayor activo, para mantener engañados a los norteamericanos y al mundo. Uno de sus mayores desaciertos, que coadyuvó a su estruendosa derrota, fue el manejo errático dado a la pandemia del Covid-19, desde el desconocimiento de su complejidad y necesaria respuesta para contrarrestar los devastadores consecuencias en número de contagiados y muertes, llegando a ser el primer país en el mundo en cada indicador, buscando ocultar su incompetencia decidió escoger el camino más fácil inculpar a China de crear el virus y esparcirlo en el mundo, así como el hecho de descalificar a la OMS y retirarle el apoyo económico que su país aportaba para garantizar el cumplimiento de sus funciones de salud pública en el planeta, y, para complementar, haber tratado de idiotas a los científicos más importantes de los Estados Unidos en temas del Covid, por el hecho de no compartir con ellos los planteamientos y teorías que lo dejaban mal parado por la forma como abordó este delicado problema de salud en su país.
Paralelo a estos comportamientos, el mundo tuvo que asistir y, en cierto modo ‘aguantar’ el talante anti diplomático que impuso en sus relaciones con otros países, como un jugador de póker con cartas marcadas, que llevó a retirar a los Estados Unidos, entre otros, de escenarios mundiales tan importantes como el Acuerdo de París. que propende por una mirada profunda sobre el cambio climático y la asunción de compromisos para contrarrestar sus devastadoras consecuencias.
Todas estas y muchas más, fueron razones suficientes para que el mundo democrático haya expresado profunda satisfacción, quizá no por la victoria del Demócrata Joe Biden, sino por la derrota que éste le infringiera a uno de los presidentes más torpes y nefastos que ha tenido la nación americana. Llega a la Casa Blanca un hombre aplomado, curtido en el ejercicio de la política, huésped del Congreso de los Estados Unidos por cerca de cincuenta años, en los que como congresista tuvo alto desempeño, ocupó la Vicepresidencia en los dos mandatos de Barack Obama. En su campaña, así como en las elecciones y en el proceso de conteo hizo gala de su talante diplomático, su espíritu conciliador, respeto, prudencia, deferente con sus detractores y agradecido con sus electores, enviando, en su primera alocución como presidente electo, un mensaje de unidad, respeto a la diversidad, lucha contra el racismo, defensa de los derechos humanos, el medio ambiente y asumió el compromiso de trabajar, sin descanso, para construir, en forma incluyente, una América más grande y plural, de cara a un mundo diverso y globalizado. Hoy, Estados Unidos tiene un Presidente electo con propósitos, la época del que llevó la política a su más mínima expresión, ya pasó, le corresponde al pueblo norteamericano, como a otros pueblos del mundo, aprender de esta lección, para que no se volva a repetir tan dantesca historia.