El informe de la CRC sobre vandalismo contra los recursos naturales del cerro de Las Tres Cruces y que nos sirvió como elemento para publicar una nota el pasado jueves, recalca que la falta de cultura y civismo en Popayán no es un tema nuevo.
Infortunadamente, los residentes de la Ciudad Blanca hace muchos años se acostumbraron al mal comportamiento en las calles, a las conductas reprochables, a la ley del más vivo, y ningún gobierno municipal ha sabido hacer frente al tema.
El vandalismo sigue haciendo de las suyas, y hoy nada pasa, porque hasta el momento no se conoce algún tipo de sanción y mucho menos un programa o estrategia de la Administración Municipal que fomente los valores cívicos y la cultura ciudadana.
Ante las acciones de individuos cuyo vandalismo pareciera ser parte de su ser, surge una ineludible pregunta: ¿En qué vericuetos se perdió el civismo y qué motiva la ausencia de compromiso colectivo que se advierte ante las agresiones al patrimonio colectivo?
Parece que no hemos tomado conciencia respecto de la sutil simbiosis entre deberes y derechos, que como ciudadanos tenemos frente a la infraestructura pública y vemos cómo el vandalismo registra su accionar en las noticias de apertura de los programas noticiosos más importantes de la ciudad y por su puesto en este, el periódico más importante de la región.
Y no es para menos porque todo este deterioro provocado al sendero ecológico del cerro tutelar payanés, se suma a los daños a las cestas en las calles de la ciudad, algunas de formas tan absurdas como incineradas; a las distintas averías al mobiliario público de tránsito como semáforos e incluso en los aun no inaugurados paraderos de buses del sistema estratégico, que han sido grafiteados y golpeados.
Pareciera que Popayán, al menos en lo que tiene que ver con el cuidado de sus calles, parques y plazas, no tuviera doliente, pues las paredes de la zona histórica siguen siendo deslucidas con todo tipo de grafitis y las bancas, juegos y elementos para el disfrute comunitario en muchas zonas verdes y deportivas comunitarias se han convertido en el desahogo violento de los vándalos y desadaptados.
El problema radica en que, a diferencia de otras ciudades del país como Medellín o Manizales, en la personalidad del payanés o de quien reside en esta capital, no está contemplado aquel sentido de conciencia, responsabilidad y amor por su tierra. Aquello hace que no se respeten las señales de tránsito, que no se usen los puentes peatonales y que se violenten los espacios para el peatón o para el ciclista como pasa a lo largo y ancho de la urbe.
Pero ojo, que el vandalismo se mueve raudo por nuestra ciudad sin distingos de variables sociales; se han conocido casos de jóvenes que se precian de tener algunas comodidades que el poder económico familiar les da, protagonizando violentas escenas contra el patrimonio público, destruyendo a su paso lo que encuentran como una manifestación de equivocada celebridad.
Por esto se hace necesario que se judicialice a todo aquel que atente contra las áreas comunes, impartiendo sanciones ejemplarizantes para escarmentar a los vándalos, al tiempo que se fortalezcan las prácticas y representaciones colectivas, construyendo ciudad desde el compromiso que cada habitante debe tener con el entorno en que vive.
Es el momento entonces de mirar desde el gobierno hacia la cultura ciudadana, entendida como la construcción social de lo público, fortaleciendo el ejercicio de los derechos y las relaciones de convivencia, desarrollando el sentido de pertenencia y la responsabilidad social. Popayán no solo no la cuidamos sino que la destrozamos. Entonces, a educar mejor a la gente para que los planes preventivos y los programas de embellecimiento se conserven con el tiempo con apoyo de los ciudadanos de bien que sí queremos ver a capital caucana como un verdadero ejemplo de civismo ciudadano y amor por el terruño que nos acoge.