Cuando la Minga del Suroccidente se encaminó a Bogotá luego que el presidente Iván Duque se negara a reunirse personalmente con ellos en Cali, muchas personas en la capital del país mostraron su preocupación por posibles desmanes de partes de los indígenas al llegar a la urbe ás grande de Colombia.
Días atrás, cuando los indígenas anunciaron que marcharían a la capital, con el propósito de ser escuchados por el presidente de la República, Iván Duque, de algunos sectores surgieron voces que aseveraban que los mingueros no respetarían las normas de bioseguridad y que provocarían bloqueos; por su parte, los organismos de seguridad del Estado aseguraron que la marcha estaba infiltrada por grupos violentos que tenían el propósito de cometer atentados en Bogotá y que la capital sería vandalizada. Estos señalamientos contribuyeron a desinformar a los ciudadanos que se llenaron de temor y aprensión hacia los mingueros.
Pero la realidad fue otra y pese a los intentos de estigmatizar y criminalizar la marcha, el domingo anterior los indígenas llegaron a Bogotá, después de que en Soacha se negaron a dejarlos pernoctar. El día de su arribo a la capital, miles de bogotanos salieron a recibirlos y acompañaron su recorrido hasta el Palacio de los Deportes donde se albergaron por tres días. El lunes, de manera organizada marcharon a la plaza de Bolívar, donde hicieron un juicio simbólico al presidente, y el miércoles acompañaron de manera pacífica la jornada de protesta nacional, para luego emprender el retorno a sus tierras. Fueron escuchados en la Cámara de Representantes y en el Concejo de Bogotá, donde indicaron que persistirán en sus peticiones en defensa de la vida, la democracia, la paz y sus territorios.
Asimismo, a pesar de que el gobierno quiso continuar criminalizando la protesta social y la oposición democrática y diversos grupos políticos quisieron capitalizar la Minga con miras a las próximas elecciones, los organizadores pudieron mantener los objetivos centrales de su movimiento, dejando en claro posiciones propias de su pliego de peticiones hacia el gobierno central, en especial con lo relacionado con la defensa y el respeto por la vida de sus dirigentes, por la aplicación de la Reforma Agraria Integral y otros puntos del Acuerdo de paz.
Varias son las lecciones que nos deja la organización indígena: en primer lugar, pese a la estigmatización, los mingueros no se dejaron intimidar ni provocar e insistieron en ser escuchados; además, demostraron que la protesta pacífica sí se puede realizar en nuestro país. Aparte que la concentración de nativos no tuvo quejas en cuanto al maltrato o mal uso de las instalaciones que usaron para reunirse y pernoctar. Todas ellas hicieron parte de un proceso de limpieza de parte de los indígenas, que las dejaron impecables, tal y como las recibieron al momento en que se las prestaron las administraciones municipales y distritales respectivas.
En segundo lugar, marcharon de manera organizada por las calles de Bogotá los dos días que salieron. Fueron jornadas, en las que pese a la cantidad gigantesca de personas, no se presentaron quejas por vandalismo o por violencia durante los recorridos.
En tercer lugar, no permitieron que ingresaran encapuchados en el recorrido y a los ladrones que trataron de colarse los “armonizaron” con sus bastones de mando; cuarto, cuando abandonaron el lugar que les sirvió de albergue lo dejaron absolutamente limpio y organizado; quinto, no hubo la tal infiltración ni los actos vandálicos que presagiaban las autoridades y, por último, respetaron la palabra empeñada al regresar en la fecha que anunciaron.
Su partida no es evidencia de que regresaron derrotados; por el contrario, advirtieron que su movilización apenas comienza y que vuelven a sus tierras con el fin de presentar un informe, reorganizarse y decidir acciones futuras. Corresponde ahora al Gobierno Nacional atender los reclamos pacíficos, como tanto ha insistido que se deben hacer.