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    Editorial: La dura estadística del trabajo

    Contrario a lo que nos cuenta la famosa canción, el trabajo, lejos de ser un castigo, es el acto general del hombre que más lo dignifica y, a su vez, el único bien objetivo al cual todos los seres humanos estamos llamados a realizar. En ese sentido, se constituye en el medio creado para lograr el desarrollo de la perfección de cada persona, pues trabajando se pueden desplegar las capacidades enteras que cada uno posee.

    Por esa misma razón, uno de los estados más frustrantes, sino el que más, se padece cuando por razones temporales o permanentes, no se puede gozar del derecho a trabajar; y es en esos periodos de desespero y frustración cuando se alcanza a comprender por qué el trabajo es una bendición, que no solo corresponde a la dignidad del hombre, sino que se la aumenta.

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    Quienes ven en el trabajo una condena, difícilmente pueden lograr la diligencia en su cumplimiento y, con ello, el prestigio y la competencia profesional. El desinterés con que se realice, la falta de compromiso y otras conductas negativas por parte del trabajador, o el trato despectivo, injusto o inhumano por parte del empleador, quien a su vez por naturaleza también es un trabajador, dañan las relaciones de trabajo y el clima laboral, y hacen más difícil el paso por la vida.

    Cualquier esfuerzo que se haga por parte y parte para acercar sus intereses, comprender las necesidades e inquietudes del otro, contribuyen no solo a la buena marcha y sostenibilidad de la empresa, que es de la cual depende el sustento común, sino también, al desarrollo personal, de la familia propia y de la sociedad en general.

    Si toda labor supone una fatiga, física o mental, la justa compensación es apenas una consecuencia del esfuerzo que conlleva. De allí la importancia de la fecha que se celebramos a mediados de la semana que termina no solo entre nosotros, sino también en muchos países del orbe.

    Las luchas obreras, que dieron origen a la celebración del Día del Trabajo, han generado a lo largo de los dos últimos siglos conquistas que no solo han mejorado las condiciones laborales de los trabajadores de base, sino también para todos los trabajadores en general. Esas luchas iniciales, que arrancaron con la asociación para apoyarse mutuamente, desembocaron en las jornadas humanizadas, y muchísimos más derechos de los cuales hoy gozan tantos empleados a lo largo del orbe.

    Pero aún falta mucho por hacer. Es necesario llevar, al menos, los mínimos fijados en la ley a tantos lugares donde aún hay trabajadores que no son compensados justamente. Y no solo en el campo. En las ciudades, empleadas domésticas, trabajadores por días o a domicilio, por solo mencionar algunos, además de que no reciben la justa retribución por sus servicios personales, son excluidos del sistema de seguridad social, entre otros derechos que se les niega.

    Hay que desplegar un esfuerzo mayor para lograr la equidad que se reclama en fechas como la que hoy se celebra, pues no es solo un asunto de interés de las clases obreras, sino de todas las personas conscientes de que el trabajo digno y justamente remunerado hace sociedades sostenibles, compasivas y duraderas.

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