En situación presentada en zona rural del municipio de Bolívar el pasado domingo, donde en un aparente acto de intolerancia mezclado con falta de control de la ira, un hombre accionó su arma de fuego para asesinar a dos jovencitos adolescentes con no más de 14 años cada uno y dejar a otro de una edad similar gravemente herido, todo porque según las versiones de la gente de la zona, los muchachos estaban entablando algún tipo de amistad con una jovencita residente en la zona.
El hecho, sean cual fueran los móviles que lo generaron, son una muestra fehaciente del descontrol social y el poco valor que hay por la vida humana en muchas zonas rurales de nuestra comarca. Es inaudito y difícil de creer que por un acercamiento a una adolescente uno de sus familiares emprenda a balazos a los muchachos que según se dice, solo querían entablar algún tipo de relación con la jovencita.
Es de esperarse pues que las autoridades judiciales en el Cauca aclaren o más pronto posible este triste suceso que llevó dolor y luto a tres familias de la municipalidad de Bolívar, que en plena Navidad tienen que enterrar a sus hijos menores de edad a los que el Estado no les brindó la seguridad adecuada para que siguieran cursando su adolescencia.
Este brutal ataque se suma muchos otros similares donde la intolerancia termina en convertirse en un factor que socava ese espacio social de tranquilidad a los que todos los caucanos tienen derecho. En ellos, los protagonistas, sin importar si fue la persona que comenzó los insultos o quién reaccionó de forma violenta, ocupan ahora una celda o un espacio en algún cementerio. Sus historias, publicadas en medios de comunicación indignaron, pero tal rechazo no fue suficiente. La espiral de intolerancia no solo se repite una y otra vez en diversos puntos del Cauca. Cambian los nombres de quienes figuran en los procesos penales por homicidios o lesiones, y por supuesto, las inscripciones de las lápidas y las familias destrozadas.
Si alguien pregunta ejemplos, son abundantes. Se trata de interminables dramas humanos por la falta de control, o más bien, esa incapacidad para no respetar las opiniones, ideas o actitudes de los demás si no coinciden con las propias. Este tipo de personas, en segundos, pasan de la indignación al grito y los insultos. De la rabia se llega a los golpes, y en medio del acaloramiento se blanden cuchillos, machetes o se disparan armas de fuego. Luego, tarde, se piensa con cabeza fría.
Los caucanos nos estamos enfrentando unos con otros con puños, armas blancas y hasta con armas de fuego. Y lo estamos haciendo por razones estúpidas. Por fútbol, por dinero, porque se nos atravesó cuando conducía su vehículo, por no saber controlar la ingesta de alcohol y ahora hasta por el flirtear con una jovencita.
La intolerancia nos está matando y no hacemos nada. Si bien se debe aumentar la pedagogía y reforzar la seguridad pública, necesitamos más que eso. Se requiere convencernos de que la vida es el bien más valioso que tenemos. Es urgente reafirmarlo desde nuestro hogar, en los salones de clase y reuniones sociales. La tarea es también para las autoridades. Alguien diría que debemos primero convencernos nosotros mismos que no se debe reaccionar con violencia a la violencia, al insulto con otro grito o todos vamos a terminar en el mismo lugar: Una celda o un cementerio.